lunes, 16 de mayo de 2022

Aluen (Cap I. Francisco de Vietma. Segunda parte)

 




Un día, cuando menos lo esperábamos, se presentó ante nosotros un hombre de figura gigantesca. Estaba sobre la playa, casi desnudo, y cantaba y danzaba al mismo tiempo, echándose arena sobre la cabeza… Al vernos, dio muestras de gran extrañeza y levantando el dedo, quería decir que nos creía descendidos del cielo. El hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura. De hermosa talla, su cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados de un círculo amarillo y dos trazos en forma de corazón en la mejilla… Pigafetta “Viaje alrededor del mundo” (indio patagón)

 

La india Teresa fue un personaje peculiar. Se unió a los españoles y los acompañó a descifrar los enigmas de la Madre Tierra como robos y ataques.

Dos mujeres blancas que permanecían en las tolderías por haber sido llevadas cautivas, fueron rescatadas: Andrea Pérez y una niña Anastasia Santiesteban quien había aprendido, por haber estado rodeada de indios, su idioma y sus costumbres. Ella decidió quedarse en esas tierras porque sabía manejarse entre los arbustos espinosos, el suelo agreste y el trato a veces cruel de los nativos, quienes dominaban, con su carácter esquivo, las ideas poco conciliadoras.

Anastasia se quedó al cuidado de Francisco de Vietma; lo ayudó a confirmar sospechas sobre las intenciones de los indígenas que solían acercarse a la casa de Vietma para espiar sus movimientos: esa curiosidad que los alteraba y los confundía porque no comprendían el manejo de los blancos a quienes le temían pero también desafiaban… Estaban dispuestos a arremeter contra ellos; no tenían salida ni escrúpulos. No se podía pedir cordura porque se hallaban exasperados. Finalmente, Anastasia regresó a Buenos Aires.

Los hombres empezaron a convivir con las indias. Llegaron a ser castigados y hasta se convirtieron en seres indiferentes, fríos, sin sentimientos. Nacieron niños de esas uniones que fueron más de una vez rechazados. Los soldados querían escapar porque la vida era demasiado sacrificada, pero los pobladores también sufrían carencias: no había arados ni bueyes, no tenían ropa y dormían en cobertizos de juncos.

 

 

En la región patagónica, azotada por los fuertes vientos, la vegetación arbórea era achaparrada y los pastos duros.

En el invierno, en las cercanías de río Negro, a sesenta u ochenta millas del mar, donde el valle tenía más de nueve mil metros de anchura, era habitable solamente en el lugar donde existía agua para el hombre y los animales y donde la tierra producía algunos pastos y granos. Era nivelado y terminaba abruptamente al pie del barranco en forma de alero sobre la meseta.

Pedro acostumbraba salir todas las mañanas a caminar por el valle, tan pronto como llegaba a lo alto se internaba en la espesura gris, y allí se sentía más solo y alejado de toda mirada humana que parecía estar a mil kilómetros, en vez de a diez que lo separaban del río y del valle escondido. Ese desierto que se extendía hasta el infinito, nunca cruzado por el hombre y donde los animales salvajes eran tan escasos que ni siquiera habían dejado algún sendero visible, se le presentaba tan primitivo, solitario y lejano que, de morir allí, los pájaros devorarían su cuerpo y sus huesos se blanquearían por el sol y el aire, nadie hubiera hallado ni los restos, olvidándose de que alguien salió una mañana y no volvió jamás.

 

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Los indios tuvieron protección que fue iniciada por Isabel La Católica.

Los misioneros fueron sus grandes defensores, sobre todo el padre Las Casas y el Papa Pablo III quien los declaró seres racionales a los que no se podían privar de su libertad ni de propiedades o convertir a la esclavitud.

Los aborígenes y sus familiares encontraron también toda clase de enseñanzas en las Reducciones, tanto jesuíticas como franciscanas a partir de 1610.

Y así los Tehuelches-llamados patagones por los españoles- de gran estatura y robustez recorrían sus zonas y se alimentaban con mariscos y frutos del algarrobo, fresas, papas silvestres, hongos y raíces. Vestían pieles, se adornaban con plumas y se pintaban el cuerpo. Le gustaban la música y el baile, pero eran muy belicosos.

 ALUEN
La colonización de la Patagonia argentina
Los indios tehuelches.

(novela histórica)

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