Sus hijos eran tesoros que debía cuidar de las inclemencias de la vida; sin embargo, los abandonaba para caer por el abismo de las tisanas, los licores de sal y las estampas milenarias.
El miedo paraliza...
La guerra contra él era solamente una pantomima, un dibujo, entendía que no iba a ganarle nunca.
Y aparecía el destino que manejaba los hilos de la vida: primaveras y estíos marcando su compás de espera.
¿Qué hará cuando llegue la noche sin perfumes ni letras... sin hijos?
¿Cómo olvidar la furia cuando nos adormece la calma?
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