Todos los números del calendario los colocó sobre el papel virginal. Blanqueó los lunes para sentirse relajada, fuera de peligro, pero no podía desatarse... Se abandonaba a la melodía atroz del silencio donde se veía protegida; lo necesitaba, era oxígeno, savia, miel...
-No me pidan la fuerza que no tengo-les decía a sus hijas.
Manuela sólo escuchaba sus voces interiores, la fe que la sostenía, porque no sabía gobernar los tiempos ni su propia vida.
Era niña, nadie le había enseñado a ser valiente.
El silencioso GRITO de Manuela.
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