sábado, 30 de diciembre de 2023
Ángeles de la guarda
martes, 26 de diciembre de 2023
La trama del adiós (ex La Novia)
Por
las tardes, su rostro angélico era observado a través de las rejas del cancel
igual que una criatura inválida. Ella ocultaba las ansias de demostrar los
sentimientos cuando el reloj marcaba las horas de extremo retiro. Su fobia por
el ambiente exterior la obligaba a recluirse, pero también la sentenciaba a
palpar la frigidez de témpano de quienes la rodeaban porque Pilar no reclamaba
salir del encierro, no pedía nada, no lloraba… pero esperaba. Quería recoger
sus restos en mutación completa y obligar a que el mundo la viera como si fuera
inteligente. La muerte de su padre la había marcado a fuego igual que a
Salvador y los había convertido, con los años, ya de adultos, en personas
endebles.
A
la sombra de las cortinas, escuchaba el llanto de Úrsula que no veía más allá
de sí misma y de su adorado Salvador. Ellos no reparaban en sus ojos fijos y en
sus monosílabos de infante. Decían que se parecía a la abuela Margarita que se
había sometido al rigor psicológico de su esposo, pero Pilar era soltera y tal
vez nunca tendría un novio porque era incapaz de entregar su corazón castigado
por el rechazo de una vida inexistente.
Afuera,
se rellenaban los espacios con la agitación de las pasiones de quienes se
atrevían a enfrentar las luchas como indios de Gujarat con voluntad y
determinación. A la casa, que olía a sándalo, no entraban esos juicios porque
la mansedumbre cubría como una telaraña la desnudez de las culpas.
sábado, 23 de diciembre de 2023
La Navidad no es sólo una palabra
LA NAVIDAD ES MÁGICA
Navidad de ayer, de hoy y de
siempre... Con abuelos, tíos y primos... en
una casa de campo o en un chalet de cuentos.
Soñar
historias color de rosa, asomar a la vida las esperanzas, sintiendo la verdad
como un reino: ese lugar secreto donde anida la sabiduría.
Arbolito
amado, con alma de madre... Dejó de vivir a los cuarenta años cuando su dueña
se fue a contar estrellas...
Navidad de verano, sin nieve
ni frío, entre versos y gatos contando las horas nocturnas con violines,
mariposas y luceros.
Navidad... De
hoy pintada con arabescos de leyenda, quieta,
sosegada... que busca el brillo en los minutos
incontables.
Todo
sigue siendo bello en cualquier tiempo y a cualquier hora.
La Navidad no es sólo una palabra.
miércoles, 20 de diciembre de 2023
Aluen (luz de luna)
Aluen,
el otro día en la iglesia, no quiso ir a leer versos con Luisa al orfanato y se
quedó mirando por el ventanuco como una viejecita centenaria.
‒Hija,
necesito unos pepinos y cebollas de la huerta. ¿Me los alcanzas? ‒dijo el padre
Hilario al pasar y ella sintió indiferencia de parte de él, como si no le
importara más su situación.
Fue
al patio y buscó las verduras entre la delicia de los árboles y de los trinos.
El sol le golpeaba el rostro igual que la risa del niño, en ese lugar donde
habían jugado y reído muchas veces. Sintió impotencia y dolor, incomprensión.
Por el camino de piedras, detrás de la iglesia, había un caballo atado a un
barral. Era de algún indio manso que vendía leña. Aluen dejó la cesta con las
verduras y abrió la puerta de tejido rústico, salió a la calle y se detuvo para
mirar a un lado y al otro del camino. Al rato, desató el caballo, subió como
sabía hacerlo cuando era niña en la tribu y desapareció…
‒¡Y
los pepinos! ‒gritó el padre Hilario a la media hora cuando se asomó al patio.
Nada. Vio la puerta abierta y se imaginó lo peor, juntó las manos en forma de
cruz, sacó el rosario, miró el cielo y tembló como una hoja ante el trueno.
‒Se
fue ‒murmuró.
*
lunes, 18 de diciembre de 2023
Perder el Alma
miércoles, 13 de diciembre de 2023
Cuentos de Navidad II
JAZMINES DE
NAVIDAD
Me
gustaba ver cómo el abuelo Coco tomaba la sopa.
La
abuela lo atendía demasiado, y él no dejaba de murmurar. Añoraba las tardes de
campo y sol, sus cabalgatas; la llegada de sus hermanas y el carruaje brillante
de la madre europea que calmaba sus ansias de ser otro.
Coco,
sentado al lado de la ventana, no dejaba de mirar el plato. Algo esperaba: un
saludo, una caricia… Su madre europea había partido hacía ya mucho tiempo y lo
había dejado solo. La extrañaba.
Yo
lo observaba en silencio, casi sin moverme.
−Se
viene la Navidad –dijo al pasar, y nadie le respondió.
No
le gustaban mucho las fiestas porque
le pesaban las ausencias. Él no era un hombre de festejos; había que trabajar
el campo.
Los
vecinos solían pedirle dinero porque sabían que tenía, y él se dejaba envolver
cuando los elogios eran muchos. Parecía rudo y malhumorado, pero cambiaba
cuando estaba contento. No ocurría a menudo, pero siempre era bueno esperar
algún feriado o algún santo para verlo algo despreocupado.
De
repente, un ruido de motor de automóvil hizo que levantara la mirada del plato.
−Ahí
viene Segundo –exclamó apurado, y se puso de pie−. Mejor vete por atrás –me
ordenó.
Es
que a la casa llegaba su hijo preferido con los nietos. La visita que lo
colmaba de todo aquello de lo que carecía y añoraba.
La
abuela me llevó al patio y me acompañó por el caminito de la parra con sus uvas
en racimos, me llenó las manos de jazmines; tantos que no podía sostenerlos.
−Para
mamá –me dijo−. El portón que da al callejón de tierra está abierto.
Yo
me fui con la soledad amarrada a la falda de volados y puntillas, en silencio,
con una lágrima apretada. El abuelo Coco era así, ya lo conocía, no tenía que
asombrarme, pero sufría.
Aquellos
jazmines inundaban con su perfume mi casa en la Navidad.
No importa cómo… Solo, con un amigo, con tu perro o tu gato, leyendo un libro, con tus padres ancianos, de viaje, con tu hijo, en pareja… La verdadera esencia está dentro tuyo.
La escritura es puente y salva vidas, así lo decía Ernesto Sábato. El arte acompaña, sana, da paz y felicidad, no existe dicha más grande en otro sitio que no sea crear. Por lo menos yo no la he encontrado. Muchos que escriben, con vocación, saben de lo que hablo.
Les dejo estos relatos, algunos melancólicos otros felices. La vida es eso, y desde hace un par de años La Navidad ya no es la misma. Por eso digo siempre: ¡vive tu propia Navidad! No aquella que les gusta a los demás, vive la tuya, la propia, la auténtica.
lunes, 4 de diciembre de 2023
La última mujer (Cap III. Magnates y Banqueros 2da parte)
Cuando
todo estaba listo para partir del puerto de Southampton, una huelga de mineros
del carbón-que peleaban por conseguir un salario mínimo-impidió el
abastecimiento y hubo que postergar la salida. Para juntar las seis mil
toneladas necesarias para mover la nave, los empresarios de la White Star
debieron apelar a los sobrantes de carbón que quedaban en los depósitos de los
barcos que acababan de llegar y se encontraban en proceso de descarga.
Superado
ese escollo, en el mismo momento de la partida-el mediodía del 10 de abril-hubo
otro episodio considerable: la poderosa succión de las hélices del Titanic rompió las amarras del buque New
York, cuya popa derivó rápidamente hacia el Titanic.
Sólo las maniobras del capitán Edward Smith y de los remolcadores que lo
guiaban pudieron evitar el choque.
A
pesar de los bombos y platillos con que anunciaron su viaje inaugural para
primera y segunda clase se vendió menos de la mitad de los pasajes y para
tercera no se llegó a dos tercios de su capacidad.
Algunos
viajeros como Astor, quien estaba de luna de miel con su segunda esposa,
poseían grandes fortunas: el magnate minero Benjamín Guggenheim, Henry Harry`s,
fundador de la tienda Macry`s, Isador Strauss… También hubo ausentes como el
banquero John Pierpont Morgan y el rey
del acero Henry Clay Frick, quienes habían hecho reservas pero luego las
cancelaron.
**
Rebeca
no dejaba de admirar el glamour de las damas y de los caballeros que circulaban
por el andén. Agradecía haber tomado la decisión de formar parte de esta
experiencia inolvidable. Su mirada ávida de saber recorría aquellos cuerpos
envueltos en tejidos combinados con faldas rectas y sobrefaldas. Los vestidos
llevaban cintas que cruzaban en la espalda con encajes, botones, frunces y
volantes.
‒Permiso‒dijo
una dama con un sombrero inmenso y llamativo que tenía plumas costosas de avestruz.
‒Mira ‒le
comentó Amy.
Se
acercaba una señora con un clásico traje sastre de sarga oscura con adornos de
terciopelo y cuello de piel de pantera muy de moda en París.
‒Se usa también la chinchilla de pelo plateado y hasta el zorro negro‒dijo Rebeca extasiada frente a ese desfile de modas de la alta sociedad.
‒¡Vamos! ‒exclamó
Wilson tomando del brazo a Rebeca para subir a la nave entre el gentío, el
alboroto, los gritos y saludos de despedida‒. Ya verás a todos ellos en el
barco cuando nos inviten a alguna de sus tertulias o fiestas.
‒No
es maravilloso, amiga.
‒Es
único.
Mark
se mantenía alejado de ellos y de la multitud. Se sentía viejo, cansado y
aburrido. Ya nada podía sorprenderlo, estaba de vuelta de la vida.
‒¡Papá,
no se quede atrás! ‒le gritó Rebeca.
‒Sí,
hija. No te preocupes.
‒Wilson,
vigila a mi padre que es muy mayor y le puede pasar algo. Entre tanta gente
tengo temor que se pierda o que alguien lo lastime.
‒Ya
está acá, amor.
Mark
los miró con una sonrisa piadosa y el deseo de que la tierra o el agua se lo
tragase. No tenía ganas de estar con gente ni de poner cara de felicidad.
Fingir era una tarea muy difícil para él. Ya se encontraba en el último escalón
de la vida, sin apremios económicos pero, en los últimos años, muy vacía.
‒Es
muy bonito.
‒¡Bonito
es poco, papá! ¡Es alucinante!
‒Hijita,
te mereces mucho más. Disfruta.
‒Gracias‒respondió
Rebeca y le dio un abrazo apretado a Mark a quien se le nublaron los ojos.
viernes, 1 de diciembre de 2023
La última mujer (Cap III. Magnates y Banqueros. 1era parte)
III
MAGNATES Y
BANQUEROS
Inglaterra, abril de 1912
Amanecía.
La
ciudad continuaba sumida en la niebla y las farolas del alumbrado lucían como
perlas. A través del envoltorio aislante de aquella espesa humedad, la vida
seguía rodando por las grandes arterias con el rumor del viento poderoso.
Dentro de la casa el resplandor de las brasas daba calidez al momento. Mark se
fue tranquilizando. No había persona a quien guardara más secretos que a Violet,
pero no quería exponer una noticia que no le correspondía decir a él.
‒¿Estás
listo, papá? ‒gritó Rebeca desde la puerta de entrada.
Lucía
un traje con mangas amplias en contraste de colores; la falda llevaba rosas en
forma de cascadas sobre los laterales y arrastraba una cola importante color
púrpura. Completaba su atuendo un abanico y el Violetta de Parma de Borsari.
La
última década del siglo XIX fue la época de los perfumes de violetas, cuya
fragancia respondía a la moda y a los cánones de belleza femenina imperantes.
‒Disfrute
mucho señor Cooper. No se preocupe por nada. Yo cuido la casa y los guardianes.
‒Adiós,
fiel amiga ‒respondió Mark acongojado.
‒Oh…
por favor. No se ponga así, son sólo unos días. Ya verá qué feliz que regresa.
Es una hermosa experiencia.
‒Es
que a veces las personas grandes se ponen tan sensibles y más cuando han
perdido a su compañera‒le dijo en voz baja Wilson a Violet.
‒Entiendo,
lo sé bien.
Después
de un interminable saludo a la mucama y a sus perros ovejeros, Mark miró el
jardín, las plantas que había cuidado Sarah y la glorieta donde se sentaba a
leer. Hizo un inventario de su lugar y abrigó dentro del alma ese mundo tan
suyo, tan querido, que iba a abandonar por unos días. Se sintió viejo y
acabado, justó él que era un hombre de negocios. La constructora de faros: su
obra maestra.
En
el puerto de Southampton se encontraron... Carl y Amy Bramson todavía venían
discutiendo sobre los cuidados de los hijos. Al fin, las consuegras se iban a
encargar de la tarea en conjunto. No podían estar mejor atendidos. En un
principio, Amy había decidido llevar a Román y a Beatrice pero después cambió
de idea porque Rebeca y Wilson no tenían hijos y sólo los acompañaría Mark.
La
muchedumbre se agolpaba en el puerto para despedir a los pasajeros: familiares,
amigos, sobrinos, tíos… Mark Cooper llevaba su baúl en una mano y en la otra el
bastón. No había querido desprenderse de él, es que nunca lo hacía y su familia
no se daba cuenta de nada. Siempre les pareció normal, menos a Alan que
acechaba entre los pasajeros de tercera clase. Estaba preparado para zarpar con
ellos, a escondidas, con la intención de recuperar algo que le pertenecía. Su
avaricia iba en aumento como su delirio. Le había dejado una nota a Harry, su
padre, sobre la mesa.
Me voy en busca de la vida y del futuro, la prosperidad que ambos necesitamos. Estoy en el Titanic. Hasta la vuelta.
Cuando
Harry vio la nota no entendió; pensó en las tantas locuras de su hijo.
Evidentemente, tenía a quien salir. No le dio demasiada importancia porque
recordó que le había contado, días antes, que su padre se iría de viaje en el
coloso. Creyó, al pasar, que Mark lo había invitado y hasta lamentó, con
resentimiento, de que no lo haya hecho con él. Luego, reflexión por medio,
llegó a la conclusión de que era mejor haberse quedado porque no se llevaba
bien con su hermana Rebeca y menos con el aristocrático pedante del marido.
‒Ay,
Alan, sí que eres loco ‒murmuró entre el humo del cigarro‒. Vamos a ver qué le
traes a tu padre.
Harry
se recostó en una especie de camastro y se quedó dormido. Al rato, gritó entre
sueños:
‒¡No!
*