EN EL MARCO DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA, LA LEYENDA DE LOS OJOS AZULES.
Rosalie y Antoine Florent se casaron en la iglesia de San Eustaquio construida entre 1532 y 1632 en el barrio de Les Halles. Al año siguiente nació Alexandre, el primer hijo de la pareja. El niño, con el paso del tiempo, se transformó en un joven tímido y caviloso. Daba sus lecciones recitando como si fueran sermones.
Cuando llegó al mundo Celine, él ya tenía catorce años y empezó a comportarse de manera extraña. Alexandre hablaba sobre leyendas, demonios, brujos y le atraía mucho todo lo que estuviera relacionado con la monarquía. Decía que Celine, su hermana, de enormes ojos azules, tenía poderes sobrenaturales y que podía percibir la muerte cercana. No precisamente para que la alcanzara sino para demostrarle su existencia.
Lejos, en el otro extremo de la ciudad, la señorita Louise Héland, quien solía recoger los residuos de las Tullerías para comer, encontró un día un bebé abandonado en una plaza. Inmediatamente se lo llevó y lo ocultó en la casa de huéspedes de Madame Delfine Blanduriet, situada en la parte baja de la calle de Santa Genoveva, donde ella vivía de prestado.
Dos familias, una historia.
La infancia, la figura materna agigantada como símbolo, las supersticiones arcaicas, el abandono y la Revolución francesa.
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