-Vamos a llamar a la policía -dijo
Socorro con el deseo de acabar con la absurda situación.
-¡No! -contestó Manolo-. Tenga
paciencia, no es peligrosa sólo está amnésica.
Socorro dejó el balde y se sentó en
un banco de tres patas sostenidas por ladrillos. Hubiera querido arrojarlos a
la calle a los dos sin miramientos pero
todavía no había perdido del todo la lucidez.
La aritmética de Dios le decía a
Manolo que Letizia estaba muerta y que esa mujer que se encontraba frente a él
era una figura espigada que podía multiplicarse por mil.
-Saludos a mi madre -le dijo ella a
Manolo mientras se alejaba por el pasillo rumbo a la puerta de salida.
La pensión Los Girasoles era una
escoria que en el crisol de los hornos se podía fundir hasta el hartazgo.
Letizia y su escabel, Socorro y su osadía, Eulalia confundida entre juicios
falsos, los ocupantes de las habitaciones devorando algún entremés, todos
empalmados por una realidad devaluada por las úlceras del tiempo y sus
estragos.
Manolo también se sintió preso en
esa finca con olor a perejil y palmas del océano. El ambiente le pareció
escapado de alguna película de misterio donde los antagonismos eran las armas
para desviar a los verdaderos culpables. Letizia no podía ser esa mujer
declinada a su más primitivo origen. ¿Qué le diría a Manuela? No podía
defraudarla a pesar de que siempre se habían llevado mal, pero tampoco creía
conveniente ilusionarla diciéndole que aquel ser perdido era su hija. Tal vez,
Manuela la viera con ojos de madre y de acuerdo a sus dogmas podría dirigir sus
sentidos hacia el conocimiento de la verdad.
-La has traído, quiero verla. Deja,
iré por ella. ¡Letizia!
-Manuela -dijo Manolo- no se alarme,
he encontrado a una persona muy parecida a Letizia que habla de manera muy
especial y que no conoce a la gente. Debería ir usted.
Manuela se quedó mirándolo sin comprender; su presencia le turbaba la razón desde tiempos inmemoriales.
-Tú me vas a dar un soponcio,
mentecato, finges todo el tiempo; quieres jugar con una anciana y mandarla a la
tumba. Pues lo vas a conseguir porque no sirves… -contestó la viejecita a punto
de trastabillar en los umbrales de la casona dispuesta a revivir las cenizas de
Letizia mutilada por las sentencias.
-Manuela, espere que se va a caer.
-¡Calla, desorejado!
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