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El silencioso grito de Manuela (Cap XVIII 2da parte)

 


-Vamos a llamar a la policía -dijo Socorro con el deseo de acabar con la absurda situación.

-¡No! -contestó Manolo-. Tenga paciencia, no es peligrosa sólo está amnésica.

Socorro dejó el balde y se sentó en un banco de tres patas sostenidas por ladrillos. Hubiera querido arrojarlos a la calle a los dos sin miramientos  pero todavía no había perdido del todo la lucidez.

La aritmética de Dios le decía a Manolo que Letizia estaba muerta y que esa mujer que se encontraba frente a él era una figura espigada que podía multiplicarse por mil.

-Saludos a mi madre -le dijo ella a Manolo mientras se alejaba por el pasillo rumbo a la puerta de salida.

 

 ***


La pensión Los Girasoles era una escoria que en el crisol de los hornos se podía fundir hasta el hartazgo. Letizia y su escabel, Socorro y su osadía, Eulalia confundida entre juicios falsos, los ocupantes de las habitaciones devorando algún entremés, todos empalmados por una realidad devaluada por las úlceras del tiempo y sus estragos.

Manolo también se sintió preso en esa finca con olor a perejil y palmas del océano. El ambiente le pareció escapado de alguna película de misterio donde los antagonismos eran las armas para desviar a los verdaderos culpables. Letizia no podía ser esa mujer declinada a su más primitivo origen. ¿Qué le diría a Manuela? No podía defraudarla a pesar de que siempre se habían llevado mal, pero tampoco creía conveniente ilusionarla diciéndole que aquel ser perdido era su hija. Tal vez, Manuela la viera con ojos de madre y de acuerdo a sus dogmas podría dirigir sus sentidos hacia el conocimiento de la verdad.

-La has traído, quiero verla. Deja, iré por ella. ¡Letizia!

-Manuela -dijo Manolo- no se alarme, he encontrado a una persona muy parecida a Letizia que habla de manera muy especial y que no conoce a la gente. Debería ir usted.

Manuela se quedó mirándolo sin comprender; su presencia le turbaba la razón desde tiempos inmemoriales.



-Tú me vas a dar un soponcio, mentecato, finges todo el tiempo; quieres jugar con una anciana y mandarla a la tumba. Pues lo vas a conseguir porque no sirves… -contestó la viejecita a punto de trastabillar en los umbrales de la casona dispuesta a revivir las cenizas de Letizia mutilada por las sentencias.

-Manuela, espere que se va a caer.

-¡Calla, desorejado!

-Escuche, no puede ir tan rápido, piense en la edad que tiene -le repetía Manolo que iba detrás y casi no podía alcanzarla.
*
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela
La mujer que buscaba justicia

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