Desde la cocina venía un olor a
morrón rojo y a pimentón; seguramente, Manuela estaría preparando sus platos
para la felicidad de su familia junto a las estampas bañadas en lágrimas. Entre
las cortinas orientales vio a Manolo que había regresado a buscar a Antonio.
-¡Dónde la tiene!
-En el cuarto, pero no la molestes
porque cuando le hablas la irritas como a mí. No puedes hacerte cargo de las
responsabilidades entonces… anda.
-Vete, vete -dijo Letizia con
suavidad con la pasión encendida por la ira que la ayudaba a recuperar la poca
energía que le quedaba-. No eres una persona que tiene derechos, deja a ese niño
que no es hijo de nadie.
Agazapada tras la puerta murmuraba
palabras indescifrables con la intención de desahogarse o con el placer que le
otorgaba el insulto sin saber que a Manolo lo había odiado toda la vida. Sin
embargo, era él quien preguntaba por ella para tratar de aflojar la presión de
una responsabilidad que le pesaba por ser todavía el esposo de Letizia. La veía
tan sola cuidada por una madre que, muy a su pesar, le partía el corazón.
Manuela no lo quería pero lo
necesitaba; veía en él a una persona frívola que en lo profundo del alma
ocultaba desechos: su amor impronunciable, su necedad, la indiferencia hacia
aquello que le demandara un trabajo humanitario.
-Tienes que conocer el lado oscuro
de la existencia para crecer y para saber que no hay felicidad ni aun en los
atajos. No para mí -dijo Manuela con un pañuelo sobre la cara; trataba de secar
las lágrimas que le brotaban solas por el dolor del pecho.
-Mujer, deje de atormentarse y
trate de refugiarse en Dios que siempre la ha acompañado.
-¡Qué sabes tú de eso! Lo has
ofendido millones de veces con tus improperios.
-Yo soy católico, Manuela.
-Pues no lo pareces porque escapas
de
-Sé que hay un Dios, nada más,
creo…
-Tú estás loco pero discutes
conmigo, tienes personalidad y eso me hace sentir segura. A tu lado pareciera
que los peligros se atenúan, eres un hombre muy protector. No existen ya seres
como Julián, sólo tú te pareces… un poco.
-A mí no me sirve.
-Pues valórate. Aunque eres un mentecato, sabes ocupar el lugar que te corresponde y no escapas aunque quisieras. Yo lo sé.
-Letizia es la madre de Antonio y
yo debo cuidar sus espaldas hasta las últimas consecuencias, aunque usted
debería darse cuenta de que ella no tiene mucha vida.
-Ya cometes una más de tus
torpezas. No tienes mesura, eres un inepto que apedrearía ya mismo. Vete porque
si continúas aquí un minuto más terminarás matándome.
Esa relación amor odio era impredecible
porque ambos se insultaban y luego necesitaban reunirse para aliviar todos y
cada uno de los males.
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