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El silencioso grito de Manuela (Cap XX 2da parte)


 

Desde la cocina venía un olor a morrón rojo y a pimentón; seguramente, Manuela estaría preparando sus platos para la felicidad de su familia junto a las estampas bañadas en lágrimas. Entre las cortinas orientales vio a Manolo que había regresado a buscar a Antonio.

-¡Dónde la tiene!

-En el cuarto, pero no la molestes porque cuando le hablas la irritas como a mí. No puedes hacerte cargo de las responsabilidades entonces… anda.

-Vete, vete -dijo Letizia con suavidad con la pasión encendida por la ira que la ayudaba a recuperar la poca energía que le quedaba-. No eres una persona que tiene derechos, deja a ese niño que no es hijo de nadie.

Agazapada tras la puerta murmuraba palabras indescifrables con la intención de desahogarse o con el placer que le otorgaba el insulto sin saber que a Manolo lo había odiado toda la vida. Sin embargo, era él quien preguntaba por ella para tratar de aflojar la presión de una responsabilidad que le pesaba por ser todavía el esposo de Letizia. La veía tan sola cuidada por una madre que, muy a su pesar, le partía el corazón.

Manuela no lo quería pero lo necesitaba; veía en él a una persona frívola que en lo profundo del alma ocultaba desechos: su amor impronunciable, su necedad, la indiferencia hacia aquello que le demandara un trabajo humanitario.

-Tienes que conocer el lado oscuro de la existencia para crecer y para saber que no hay felicidad ni aun en los atajos. No para mí -dijo Manuela con un pañuelo sobre la cara; trataba de secar las lágrimas que le brotaban solas por el dolor del pecho.

-Mujer, deje de atormentarse y trate de refugiarse en Dios que siempre la ha acompañado.

-¡Qué sabes tú de eso! Lo has ofendido millones de veces con tus improperios.

-Yo soy católico, Manuela.

-Pues no lo pareces porque escapas de la Iglesia y de los Santos Oficios. No confías en la oración de los sacerdotes ni en las imágenes. ¿De qué hablas?

-Sé que hay un Dios, nada más, creo…

-Tú estás loco pero discutes conmigo, tienes personalidad y eso me hace sentir segura. A tu lado pareciera que los peligros se atenúan, eres un hombre muy protector. No existen ya seres como Julián, sólo tú te pareces… un poco.

-A mí no me sirve.

-Pues valórate. Aunque eres un mentecato, sabes ocupar el lugar que te corresponde y no escapas aunque quisieras. Yo lo sé.


-Letizia es la madre de Antonio y yo debo cuidar sus espaldas hasta las últimas consecuencias, aunque usted debería darse cuenta de que ella no tiene mucha vida.

-Ya cometes una más de tus torpezas. No tienes mesura, eres un inepto que apedrearía ya mismo. Vete porque si continúas aquí un minuto más terminarás matándome.

Esa relación amor odio era impredecible porque ambos se insultaban y luego necesitaban reunirse para aliviar todos y cada uno de los males.

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EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
Eternamente Manuela.
Las contradicciones.

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