-Ya no soy un mar de lágrimas que
se vuelve cera, yeso, pero soy una novicia que no baja los brazos ante el hueco
de la mente. Una mujer que va en busca de los atajos, con la muerte que apuñala
su espalda en la nada inmensa de los campos donde no hay semillas.
Las oraciones se escuchaban suavemente
desde los cuartos cuando se precipitaban los pensamientos noctámbulos.
A la mañana siguiente, en la puerta
de la habitación de Letizia, había una veintena de abuelos, mendigos y
marginados que esperaban el sermón del día. Ella con su vestimenta acostumbrada
y una vela en la mano derecha les mostró una imagen de Jesucristo.
-De los dos rayos uno significa la
sangre que es la vida de las almas, el otro el agua que justifica a los
espíritus. Ambos son la luz de las entrañas…
Letizia estaba predicando; trataba
de reunir armas y de domesticar fieras. Se sentía enérgica sin saber quién era
y débil para salir a la calle a buscar su verdadera identidad.
A Socorro empezó a darle lástima al
verla tan sola por dentro como por fuera. De todas maneras, vendrían a buscarla
porque había encontrado a su familia aunque ella no lo supiera del todo. Los
inquilinos, al fin, comprendieron la dimensión de su dolor y tocados por un
milagro de bondad se acercaron a ella y le ofrecieron torta de nuez y un
refresco, le calzaron las zapatillas de lana y le cepillaron el pelo anudado
por la falta de limpieza.
-Paloma mía, eres santa –decía-. Mi
madre tiene una sola hija.
-¿Quién es ella? -le preguntó
Socorro.
-Manuela -respondió Letizia.
-Vete con ella entonces…
-Si yo me voy a mi castillo, tú te
vienes conmigo Lucía -le dijo a la pensionista cuyos ojos se salieron de sus
órbitas y nuevamente sintió deseos de estrujarle el cuello como una gallina.
-Déjala, mujer, porque hasta es capaz de confundirla con el gato Lucas.
-¡Basta! -gritó Letizia-. El
brasero y el cirio están prendidos. Oren por las almas de Encarnación, de
Rocío, de mis amados abuelos, de José… ¡Pecadores! ¡Quiero luchar por la
justicia pero ustedes no me dejan. Los juicios están por llegar pero todavía la
soberbia les gana la batalla. Estará oscuro por varios días. Ustedes hablan
mucho pero dicen poco!
La noche como una fosa iba
hundiendo su voz en la neblina cuando la soledad le mostraba su máscara. Nadie
la escuchaba porque todos habían huido a ocultarse en sus cuartos mientras
Socorro se dirigía hacia el zaguán para hablar por teléfono.
-Hola Manolo, necesito que vengan a
buscar a esta mujer porque de lo contrario soy capaz de cualquier cosa. Usted
no me conoce, mi paciencia tiene un límite.
-Bien, señora, mañana mismo estaré
allí, no se preocupe.
-Que quede claro entonces…
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