No podía pronunciar la palabra TIEMPO.
Se había quedado detenida en los años aquellos, cuando cerraba los ojos a la verdad y la sentía ajena, de otros... No sabía contar las horas de un presente que parecía futuro y que se desdibujaba dejando espacios vacíos. Manuela sólo rezaba. ¿Por qué?
EL MIEDO agitaba sus alas en derredor de su cabeza para decirle al oído palabras incongruentes que ella misma desconocía, pero que sentía como una amenaza. Se refugiaba, entonces, entre los amuletos para pedir, para suplicar, la presencia de alguien que le diera un poco de paz. Una voz, tal vez... una mirada de madre... el mismo Dios crucificado.
EL SILENCIOSO GRITO DE MANUELA
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