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Tertulias de la abuela: secretos




 John Waterhouse

Comparto la tertulia con
un gran pintor a quien admiro mucho,
con ustedes, mis amigos,
y con el amor.


Con la taza de porcelana china,


entre sus matices intensos.
Recordando aquellos años
cuando el reloj se había detenido
y las horas eran esferas en el cosmos
llevándose mi risa...


Yo idealizaba el amor
y escribía...
Aquel ser tan distante...


que veía todas las semanas pasar,
era un príncipe inalcanzable:
serio, auténtico, personal...


Él, a la distancia,
me saludaba
y las luces se dispersaban
en la tarde poblada de voces...


Y yo escribía...
Aquellos eran capítulos eternos
entre miradas de un día
y esperas...


cuando los minutos eran horas,
espejos en la niebla,
suspiros...


y soñaba tanto, tanto!!!
  Me dejaba llevar por los silencios...,


por el romanticismo
de quien siente acordes de campanas
sobre el fondo gris de las plegarias.


Ese amor era mi secreto,
la vigilia y la esperanza,
días cansados por los vientos...


una sombra que se elevaba más allá de las estrellas...
Y yo
esperaba, esperaba...




NUESTRO SECRETO

Aquel día, 
aquel día poseído de tristezas, de murmullos y de aromas,
aquel día
bajo ese cielo claro sin limosnas ni pecados,
a mi lado
una ilusión diferente, cincelada y blanca
llena de secretos y distancias;
tan profunda como el fondo del océano,
tan lejana como el origen de la vida...
caminaba;
y la luna entera
cual sílfide aquietaba su arrullo almibarado en el vértice del llanto;
y tu mirada
quieta, remota,
y mi figura
entre el olvido y el recuerdo,
sobre la grada de ese tiempo cruel
agigantada por tus pasos,
era una sombra imperturbable;
adagio mudo que dibujaba esquelas
pobladas de palabras limpias y bellas.
Tu mirada ideal,
tu mirada sola y perfecta.

Aquel día,
posesiva, mi alma
observaba la ausencia desdoblada por los ensueños de las voces,
separada de mí misma por una cadena absurda de desvelos,
por el infinito sortilegio
de alguna sonriente ironía,
ciega, sola,
por el camino andaba...
Y se oía un estrepitoso sonido de palabras,
en el gris oro del otoño
y en el frívolo tintineo de los diálogos.
Sentí alegría. Era la alegría de una dicha pequeña
borrada, de repente, con el parpadeo fugaz
como arrastrados segundos
por las arenas del desierto;
era la alegría sufrida, era la dicha castigada,
era la alegría que rogaba.
Y tus ojos
adivinando los anhelos más deseados
me miraban
por los rincones yertos de los sabios pensamientos;
y mi alma con tu alma
dibujaban sutiles arabescos
en la noche que asomaba sus pícaros motivos
esa noche llena de murmullos, de miedos y de lágrimas...

Tu mirada se marchó,
tu mirada se esfumó en el oleaje excitado,
y dejó sus ojos en el vuelo de mi eterna soledad;
¡Oh las palabras que en el infinito azul se abrazan a los sueños!,
¡Oh las palabras que quizá nunca se llegarán a pronunciar!.

Luján 1994