La recuerdo a mi madre algunas tardes
cuando cedo la costumbre de la siesta,
de chica era penado no dormirla
con terribles temporadas sin vereda.
La recuerdo a mi madre soberana
sobre un frondoso trompo de polleras,
sonriente como bota que han lustrado,
victoriosa como trigo que verdea.
Se entendía con los gallos y su luna
si quería que le dieran hora buena
y para ella el día ya era viejo
cuando el alba asomaba a sus tareas.
Era un garito oscuro la cocina
y allí ganaba ella sus apuestas,
en un truco con naipes de lechuga,
un billar culinario con ciruelas.
A los patios enormes de la infancia
iba mi madre y allí dejaba huellas,
cada año hasta hoy las ha seguido
el malvón para encontrar la primavera.
Ella hizo de la vida y sus suburbios,
una lección de amor y de pureza,
señalada por el índice del sol
anda mi madre para que yo la vea.
Rafael Bielsa