El grito silencioso la convertía en un ángel roto.
No sabía cuál era su camino ni el de sus hijas, cada día se transformaba en una muerte súbita porque el miedo no le dejaba espacio, era una prisión, la jaula de puertas abiertas...
Manuela cargaba en un morral pesado su locura de amor, el grito de mujer, la infancia.
No comprendía el lenguaje de los demás porque el propio la llevaba al infinito entre rosarios, tisanas y licores de sal. Rezaba todo el día para sanar las heridas de los otros y las propias.
Era una mujer esclava de su pobreza.
El silencioso GRITO de Manuela.
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