miércoles, 14 de octubre de 2020

Querida Rosaura (Cap III segunda parte)

 


Rosaura se subió a sus rodillas para sentir el abrigo de unos brazos en una casa que ahora, con la llegada del Santiago, se tornaba diferente porque había más bulla, menos silencio para hacer las tareas escolares y muchos pañales para lavar que parecían primates en la soga del patio. El cielo se abría inspirador para albergar la perfección del amor.

-Yo no voy a comer-dijo Juan José, pálido, con el ceño fruncido.

-Por qué, no le hagas la vida difícil a tu madre que ahora tiene más trabajo.

-Me siento enfermo. Me voy a la cama.

Juan José tenía fiebre y le dolía el estómago. Magdalena, inmersa en el caos, envió al tío Agustín en el sulky a buscar al doctor Santos. En el camino lo sorprendió la lluvia y pensó que ya no existirían pócimas para su resfrío. Los ruidos del pueblo se acercaban con olor a barro y a salsa de tomates con zanahorias ralladas. El médico se abrigó, tomó su paraguas y subió al sulky que parecía una calesa destruida por algún huracán. Por el camino arañando la borrasca, esos hombres parecían acallados por el espanto, jinetes que galopaban en busca del trueno, humildes estatuas de lodo…

“¡Qué vida!”, pensó con un gesto de hombre acostumbrado a los desafíos por su vocación de servicio.

En la casa, todos parecían estar en presencia de los deudos y frente a las ruinas de un funeral. Cuando el doctor Santos examinó a Juan José se dio cuenta de que tenía inflamación en los intestinos, producto de alguna comida que le produjo alergia o por algún acontecimiento que lo conmocionó tanto a tal punto de debilitarle las defensas. Le dio unos antibióticos que el tío Agustín compró cuando llevó de regreso al pueblo al médico que parecía un emú por su cabeza desnuda y mojada. El doctor era un amigo de la familia que se entregaba a su vocación con la humanidad de un gran profesional.

-Gracias por el sacrificio.

-Es mi deber. Le digo algo si me lo permite: cuiden a ese niño porque es muy sensible.

Seguramente, Juan José habría sentido celos por la llegada de Santiaguito. Él era muy retraído y el hecho de no poder manifestar sus sentimientos lo paralizaba, se guardaba todo para sí y luego estallaba con una enfermedad psicosomática. Magdalena no entendía nada de psicología y lo retó mucho:

-Tendrías que estar ayudando a tu madre en vez de imitar los actos de un bebé. ¡Será posible! Sola con todo.

Juan escuchó esos comentarios y volvió a esconderse en su caparazón. “Yo no existo para ella”, pensó.

¿Por qué Juan Waner no tomaba las riendas de su hogar? ¿Era una situación cómoda para él no asumir responsabilidades porque sabía que había otra persona más capacitada que podía enfrentarlas?

Lo cierto era que existía un pasado que estaba en primer plano y que se manifestaba como un impedimento poco sanador que removía situaciones disociadas. Todo era más fácil, pero él lo complicaba sin medir las consecuencias porque decía que así era su carácter. Era una manera de convencerse de que tenía una esposa que, por su omnipotencia, no quería ni necesitaba ayuda; sin embargo, el tío Agustín estaba allí para ofrecer sus servicios por casa y comida. El  tanguero, enredado en el tedio de los guapos, podía penar en algún arrabal pero jamás se negaba a ser solidario.



Al otro día Bernardo, el hermano de Juan, se acercó a la granja con su media docena de perros para ver a Santiago que, desde la cuna, le sonreía como si ese rostro le diera muchísima gracia. Con el aleteo de sus manos quería alcanzar el rostro que le hablaba como si fuera un niño tonto.

-¡Varón tenías que ser! ¡Al campo hay que llevarlo…!-gritaba Bernardo que era un poco rústico para demostrar los sentimientos.

Bernardo era soltero porque todavía no había encontrado alguna dama que tuviera dinero. Él era muy materialista y sólo le interesaban las candidatas con varias hectáreas de campo; seguramente, para que pudiera mantenerse sola porque Bernardo no gastaba un peso. En su altar de bolsas y cartones, guardaba el tesoro que iluminaba su camino con la porfía, la lucha desigual y la tranquilidad de tener los bolsillos llenos.

-¡Bah!-rezongaba. Parecía molestarle todo lo que lo rodeaba y siempre se hallaba disconforme.

-¡Cuándo te vas a casar, hombre! Eres medio “cantimple”-le dijo Juan.

-¡Bah!

-Es mejor estar acompañado en la vida, tener a alguien con quien compartir los momentos.

-Bueno, me voy…-dijo bruscamente y salió como disparado de la cocina templada. Iba quejándose y murmurando bajo la llovizna:

-Está chispeando…

La familia se reía de sus ocurrencias porque era un personaje algo grotesco que los divertía mucho. Bernardo tenía un gran corazón. Quería a Rosaura y a Juan José como si fueran sus hijos pero frente a ellos se mostraba hosco, rudo y sin sentimientos. Era un hombre implacable con la inquietud del aburrido y la ansiedad del que espera una utopía.



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