jueves, 26 de noviembre de 2020

Los gatos del campanario (8va parte)

 




Salvador sintió que se le aflojaban las piernas y que todo lo que había pensado y hecho durante esos meses era el colmo de la desproporción y del ridículo. Pensó en reunir a toda la familia para comunicarles lo sucedido pues la situación lo superaba. Él era un hombre fuerte pero su energía comenzaba a decaer por aquellas inexplicables secuencias de película.

Se quedó un momento sin hablar, mirando el piso, y luego dijo:
-¿Usted recuerda el arma que encontró debajo de la almohada de Roberto el otro día ?
-Sí, señor-contestó la mucama mirando el piso.

Mientras volvía a la sala, profundamente deprimido, trataba de pensar con claridad. Su cerebro era un hervidero; cuando se ponía nervioso las ideas aparecían como vertiginosos insectos que querían devorarlo. Luego las iba gobernando como podía para no volverse loco del todo.
Esperó largas horas sentado en el living el regreso de Dolores y de Roberto. Su esfuerzo mental era extremo, pero necesitaba salir de la perplejidad. Escuchó risas que venían desde el pórtico.
“Ahora viene  lo peor”, pensó.

Dolores y Roberto llegaban juntos y felices. Desde siempre habían sido cómplices y amigos. Salvador era de esos hombres que pensaban que había que ser padres antes que otra cosa y poner los límites necesarios para llevar a los hijos por el buen camino.
-¿Era él el único desgraciado? Evidentemente, sobraba en esa casa-murmuró.
-Hola, marido-dijo Dolores con alegría-Se te ve preocupado como siempre. Relájate que la vida es linda.
-Necesito decirles algo-dijo Salvador en voz baja con temor a no ser escuchado como le pasaba siempre.

Ellos miraron aquel rostro duro, la ansiedad, el desconcierto, la necesidad de comunicación, aunque por momentos él parecía aflojarse. Su mirada colgaba de un abismo y eso a Dolores y a Roberto les daba gracia, se divertían con aquellas dramáticas palabras de Salvador.
Les pregunto a los dos directamente y sin preámbulos: 
-¿Dónde está mi revólver?
-¿Revólver?, si nunca tuviste uno.
-¡Sí, lo tengo y tú lo ocultaste debajo de la almohada!-le dijo con furia a Roberto.
-No, yo no sé nada. ¿Por qué inventas, quieres seguir agrediéndome? No te cansas de insultarme y de subestimarme.
-Ay, marido, tómate un tranquilizante.

            Salvador, desesperado, y antes de que ellos se marcharan a sus habitaciones llamó a la mucama porque ella era la única testigo, en aquel momento, de la escena dantesca. 


2 comentarios:

  1. que bello comentas ,reseñas lo que te gusta
    un abrazo

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    1. Son fragmentos de mis novelas, interpretaciones del texto. Me encanta hacerlo. GRACIAS.

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