Translate

El silencioso grito de Manuela (Cap I-Primera parte)


I




En la comunidad autónoma de Aragón, al norte de España, junto a los Pirineos, en la provincia de Huesca, se hallaba Barbastro, la capital de la comarca de Somontano, en una ciudad que guardaba tesoros en medio de las montañas. Cada calle pedregosa mostraba la tortuosa vida de los habitantes, entre anticuarios y artistas, que estaban dispuestos a fingir y a esconder sus retorcidas ideas.

En la iglesia de San Francisco, templo original del siglo XVI, se casaron en el año 1960, Manuela y Julián Costa Río en una ceremonia sobria y sin la presencia de demasiados familiares porque a ella no le interesaban los escenarios ni el glamour de los atuendos y menos la hipocresía que demostraban algunos que decían ser sus amigos. Podían concurrir a la boda viñadores, vendedores de madera, toneleros, posaderos y gente de alta sociedad; Manuela no los veía porque su preocupación no eran los intereses terrenales.

El edificio reproducía los portales propios de su folclore en los muros utilizando ladrillos rojos y en las galerías arquillos de medio punto que culminaban con un vértice o esquina original de la arquitectura histórica. Era una visión especial de siglos marcados por el genio y la sabiduría de grandes cultores del arte. La luz llegaba a una especie de antro donde los novios se entregaban a la gloria del campanario.

Manuela era una mujer sumisa y agradable, demasiado dadivosa y consagrada a los rezos como resultado de su estructurada educación religiosa. Julián se dedicaba al comercio de automóviles en un negocio que tenía ubicado frente al palacio de Argensola. Él era ambicioso y le gustaba demostrar más de lo que poseía pero puertas adentro porque envolvía con un velo su casa de picaporte herrumbrado para ocultar sus finos muebles, los trajes caros que nunca usaba y las joyas que le regalaba a Manuela. Ella no sabía ni quería lucirlas pero las admiraba acariciándolas dentro de la caja de música de su madre. Daba la imagen de una mujer poco elegante y tímida ocupada en reparar sus medias y remendar el guardarropa.

Los esposos eligieron la Costa del Sol para ir de luna de miel por sus características mediterráneas. La región se dividía en dos sectores: el occidental, desde Málaga hasta Estepona y el oriental, que se hallaba entre Málaga y Nerja. Existían kilómetros de playas y de vegetación exótica cerca de puerto Banús, de Marbella, de la Benlamádena o Torremolinos.

Justamente en ese año la Costa del Sol se había transformado en zona turística, con los mejores campos de golf de toda España.
Manuela y Julián recorrieron los Pueblos Blancos que se asentaban en las montañas o sobre las colinas con su típica arquitectura morisca.
En el restaurante La Reja cenaron: gazpacho, paella, frituras de pescado, jamones serranos, ternerita a la Sevillana… rodeados de un ambiente de maquillajes vivos por la emoción de la presencia de esos enamorados. Había quienes cantaban o bailaban sin esperar el aplauso como en una secuencia de cine mudo. Ambos concentraban el sentimiento en el goce de lo impredecible, con el lenguaje ajeno de malicia pero distante de la auténtica unión.

Ese viaje fue muy sugestivo e inolvidable para los dos aunque Manuela se descompensaba, a menudo, por el cansancio y el calor; es que era una persona débil que le gustaba sólo la tranquilidad de su hogar y allí, en ese reducido mundo de cuatro paredes, ella encontraba la paz y la felicidad. No necesitaba ir a buscarla afuera porque para Manuela era perder el tiempo; el vacío se profundizaba y la soledad interior interpretaba personajes dentro de su espejo. Ese hueco, impensado para muchos y no comprendido para otros, no se rellenaba con nada.


A Julián, algo soberbio, le fascinaban los itinerarios de leyenda cuando los caminos y las paredes amuralladas tenían historias escritas por algunos turistas guerreros que no sabían de la quietud de los fondos, sólo del frenesí de la conquista. La pasión y la curiosidad, a veces, lo desviaban de los placeres del amor.
Manuela y Julián no pensaban lo mismo pero se querían con un extraño disfrute de años acumulados, como viejecitos a media luz, sin estridencias pero con algunos mandatos que delineaba ese caballero con gobierno propio.

Continuará...




2 comentarios:

  1. Fíjate que en el año 1960 yo vívía con mis padres y hermanos en Barbastro ya que mi padre que era militar lo destinaron allí por unos años. Conozco muy bien la Iglesia de San Francisco que mencionas y las ciudades de Benalmádena y Torremolinos donde he pasado mis vacaciones allí en dos o tres ocasiones.Besicos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Charo.
      Seguro amiga, perdona si encuentrar errores de ficción con respecto a los lugares. Yo investigué en libros y en revistas sobre Barbastro, pero hay detalles que seguramente se escapan a mis conocimientos; además en algunas cositas agrego ficción porque es una novela y no un documental.

      Alguien me dijo que la iglesia de San Francisco no existía, pero no es verdad. Besos y gracias.

      Eliminar