Los nietos se miraron absortos
porque les parecía que Manuela divagaba y que la alegría de verla bien era
solamente un sueño. Era cierto que siempre había expresado sus opiniones de una
manera extraña, a veces incoherente otras muy frontal, pero el tintineo de sus
dientes y el temblor del cuerpo demostraban que algo andaba mal.
-¡Ya no tengo pánico! ¡Qué más
puede pasarme! ¡Quiero encontrar a Letizia así esté muerta!-gritó llorando.
-El mundo es inagotable, ¿por dónde
vas a empezar?
-No sé -contestó Manuela perdiendo
de nuevo la confianza -Nadie sabe qué ocurrirá en el próximo minuto pero es
difícil emprender un camino cuando hay tanta fragilidad y desamparo.
Manuela nunca había tenido coraje
para enfrentar al resto de la sociedad pero ahora, por una inexplicable razón,
necesitaba salir a dar guerra aunque fuera una anciana castigada por el
infortunio.
-Letizia tal vez es un susurro o
vela las estrellas, descansa igual que un caracol entre las algas como Encarna
o ha regresado al cieno. La veo lejana, marchita y callada.
-Bueno, ve a tu habitación y duerme
que nosotros la buscaremos -dijo Laura al escuchar a Manuela repetir las mismas
palabras ardientes y confusas.
-La abuela siempre se expresa de
ese modo, ni ella misma entiende pero sabe, es muy inteligente -contestó Damián;
trataba de justificar los pensamientos de Manuela que para él seguían siendo
absurdos.
Era imposible leer las ideas de
cada uno sin olvidar que se habían educado en un entorno donde todo se limitaba
a esperar, donde rondaban los espacios contenidos y los mensajes
indescifrables. Demasiada memoria, roces y temores que todo resultaba ácido y
sin respuestas. No existía la esperanza a pesar de la juventud y de los días
venideros.
-Un buen guerrero es aquel que se
sobrepone a las derrotas.
-Pues entonces no abandonaremos las
armas y comenzaremos la investigación.
Manuela, en su lecho de anciana que
parecía sorda, escuchaba lo que decían en la sala y sonreía… Sabía que el dolor
brotaba de la tierra pero creía que todavía no estaba escrita la primera hoja
de su último capítulo.
-El final deformó tu discurso, pero yo lo entendí -le dijo Manuela al retrato de Julián.
Toda una vida en continuo diálogo
con las fotografías, la magia y la verdad a flor de piel. Manuela era una mujer
que no se entregaba a los años ni se abandonaba a dormir como los felinos
viejos. La muerte de Julián, sin querer, le había dado algo de fuerza a pesar
de su ausencia; sentía que se había quedado sin espalda y a la intemperie
frente a los peligros más atroces. Si antes, cuando vivía su esposo, tenía
miedo ahora el terror, por lógica, debería haber sido mayor y paralizarla por
completo; sin embargo, ella, casi un infante, quería salir en busca de una
verdad, quizá, muy cruenta: la muerte que podía enfrentar pero que no aceptaba
por más que fuera la más devota de las creyentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario