viernes, 27 de enero de 2023
El camino rojo
domingo, 22 de enero de 2023
La ventana secreta
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La buhardilla de la abuela Blanca |
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viernes, 13 de enero de 2023
La canción del mar
lunes, 9 de enero de 2023
sábado, 7 de enero de 2023
Se puede ser libre dentro de cuatro paredes...
EMILY, ANNE Y CHARLOTTE BRONTË
-1855-
BIOGRAFÍA NOVELADA
lunes, 2 de enero de 2023
El silencioso grito de Manuela (Cap IX. 2da parte)
-Mi hija ya debe escuchar el
trotecito de los caballos y el sonido de las ruedas de las carretas.
Letizia tuvo la tentación de salir corriendo cuando vio a Manuela observarla con piedad porque le parecía la cara misma de ese hado y su desvastada ironía, pero, a pesar de todo, esas dos almas se amaban y volvieron a unirse para acortar caminos.
Manuela y Julián cenaron pollo
perfumado con naranja en la cocina de la residencia y luego, tras una charla,
se retiraron a saborear un coñac mientras intercambiaban ideas. En el patio,
Rosario, la perra Collie, atacaba el criadero de conejos que eran defendidos
por una docena de gatos.
Lucía dormía presa de los dogmas de
la iglesia y Dolores y Laura habían salido a divertirse, a ver a sus ídolos de
la música y a los jóvenes de su edad que, como toda generación, tenían sus
códigos.
Letizia, en cambio, se encontraba a
escondidas con Manolo Fuentes, un comerciante de la zona que, según decían las
lenguas indiscretas, tenía dudosa reputación. Ella se sentía una joven en
blanco y negro que jugaba con las secuencias como si los años no hubieran
transcurrido. Manolo era extrovertido y parecía tirano porque su conducta
despertaba desconfianza; Letizia lo veía un soberano a la altura de los
clásicos, ya no había llanto ni furia solamente deseos de olvidar.
Manolo la acompañaba a los
sanatorios y a recorrer las catedrales góticas; viajaban como mochileros y se
sentían justos, con sed de venganza, porque pensaban que ésa era la cualidad
principal de la condición humana.
-Sabes tú lo que es el sabor
amargo.
-No porque le escapo a los malos
tragos.
-Pues huyamos entonces a cualquier
lugar porque acabarán dando en mi talón de Aquiles.
-Devuelve el alma a tu cuerpo y
recupera la pasión que has olvidado porque eres linda y salvaje-le dijo Manolo
completamente enamorado y ajeno a los sufrimientos de Letizia.
-Yo no soy la que ves.
-Veo un cuerpo frívolo y un alma
doliente.
-Este disfraz mi querido Manolo
esconde secretos y muchas personas en una sola. No necesito inventar espacios
ni palabras porque ya estoy de vuelta de la vida. He sufrido tanto que todo lo
que me rodea me parece superfluo, insignificante y carente de valor. Dios me
está poniendo a prueba constantemente por eso desconfío de ti.
-Bueno… bueno… Letizia eres un
tanto complicada para mi gusto pero bella y liberal, eso te convierte en un ser
apetecible.
-Calla…
Letizia se enojó y se marchó del
lugar mientras Manolo la observaba con una copa de jerez en la mano y una
sonrisa mordaz.
-Ya volverás, pequeña, porque me
necesitas.
Manuela estaba recostada esperando
que su hija llegara a la casa porque su tardanza la preocupaba. Tenía un
archivo de fotos sobre el regazo que acariciaba con amor, eran retratos de
Rocío y de Encarnación que mantenía ocultos en el altillo lejos de la mirada de
Damián.
-Vienes de una revuelta
estudiantil-le dijo a Letizia cuando la vio atravesar la sala con los zapatos
en las manos.
-No hables porque ya no tienes
poder sobre mí.
-¡Qué buscas! ¡Contesta!
-Amor.
-Eres necia, recoge la armadura que
llevas porque así nadie te verá.
-Tengo puesto mi traje de luto para
que no encuentres nada de que avergonzarte. ¡Me miras! ¡Qué ves! Puedo cometer
locuras con este aspecto y esta cara.
-Quieres revolución pero caes en el fatalismo. Haces bien porque debes estar preparada para el frío y el fuego; un autor está escribiendo demasiadas páginas.
Letizia sabía que su madre tenía
razón a pesar de su bohemia y de su pobre carácter. Ella dependía de ese antro
sobre el que se levantaban las ruinas de todos y cada uno de los humanos que
habitaron la casa en sus mejores tiempos. En el patio, escuchó el vuelo de una
urraca cariblanca que amenazaba con su presencia vigilante. No tenía miedo
porque ya no reconocía los calendarios ni las cuerdas del reloj; estaba
atrapada entre los gritos y el silencio pero aliviada por haber tenido coraje
para combatir con la fuerza que le daba la debilidad. Miró a Lucía dormir en su
cama y pensó en la felicidad de los niños, en esa falta de temor ante los
riesgos y en aquello que desconocen totalmente: la muerte.
Julián bebía en la biblioteca. Se
sentía culpable de no poder cambiar los presentimientos. No recordaba haber
vivido años de paz y prosperidad. Todo le parecía lejano y, a pesar de tener fe
cristiana, no podía entregarse al idilio que Manuela tenía con Dios.
*
El silencioso grito de Manuela
domingo, 1 de enero de 2023
El silencioso grito de Manuela (Cap IX. 1era parte)
Letizia regresaba bastante repuesta
de las salidas nocturnas donde se relacionaba con hombres con estilo y cuerpos
afiebrados. Cierta textura en su piel hablaba de una alegría que no presagiaba
nada bueno.
Lucía, al igual que sus hermanas,
se levantaba muy temprano para ir a la escuela. No esperaba nada de Manuela,
quien las atendía, y se iba rápido como escapando de la persecución de sus
abuelos. Julián se había convertido en un anciano meloso, con ojos pensativos y
gafas de bibliotecario. Sin embargo, se movía con afán entre los pasillos con
sus placares atestados de folletos informativos. Se exiliaba en el escritorio a
cavilar como si escondiera un tesoro que debía custodiar en demasía.
-A veces, la paz se vuelve guerra
para las almas -decía Manuela cuando lo veía absorto mirando la nada.
-Mujer, el destino nos deja sin
respuestas. La tempestad se puede desatar en cualquier momento. ¿Tú ves a
Lucía? ¿La miras realmente? Cruza el umbral de tu inocencia y piensa en la
carita de la niña.
-El futuro es un rompecabezas que
parece de humo.
-¡Basta ya! ¡Deja de hablar
necedades! Lucía lleva la vejez en su piel alba y la sabiduría de una mujer que
ha llegado a sus límites, donde se tuerce el rumbo y se cuentan las horas.
-Lo sé, viejo. Tú crees que yo no
sé lo que ocurrirá inevitablemente. Me conoces de toda la vida y todavía dudas
de mis presentimientos, si los he tenido desde pequeña cuando me escondía en
los roperos a leer libros de medicina.
Manuela y Julián, después de muchos
años de no hacerlo, se abrazaron para llorar, como si juntos y aprisionados la
tristeza fuera leyenda y no una derrota. La anciana prendió una vela para
salvaguardar de los males a su familia.
El sol se desvanecía sobre los tejados de Barbastro. Letizia entraba a la iglesia de San Francisco y era observada por algunas mujeres que acariciaban las cuentas de sus rosarios, silenciosas pero alertas. El párroco que se hallaba en el altar principal acomodaba flores y manteles. Letizia se arrodilló; llevaba la cruz de nácar, el vestido de gasa negro y un sombrero. Su tristeza se remontaba a aquel día que el médico le habló de la dolencia de su hija cuando había posibilidades de salvarla; hoy le parecía remoto igual que el mañana. Ella miraba la gente que rezaba y pensaba que, tal vez, eran humildes desdichados que intentaban conversar con Dios.
De repente, comenzó a escuchar
antiguas liturgias y entonces se abandonó a esa paz que transformaba su rostro
inconmovible: esa coraza que la resguardaba discretamente de sus dramas. Cuando
estaba en ese refugio no le importaban las fiestas ni los hombres porque de lo
contrario se hubiera sentido egoísta.
Letizia se quedó en el templo hasta
las cuatro de la mañana en medio de ese silencio que, como un remolino,
aceleraba sus latidos. Ya no había caras achinadas, perros perdigueros y
mujeres doloridas, sólo su mínima exhalación y sus preguntas. Todo el
sacrificio era poco para intentar salvar la vida de Lucía pero también entendía
que no estaba en sus manos ese rescate. No necesitaba el perdón de los
superiores, solamente un poco de oxígeno y saber que la misión que alguien le
había destinado no era en vano sino que venía cargada de esperanzas.
Manuela, en la puerta de la
iglesia, la miraba con ojos llorosos.
------El silencioso grito de Manuela.
Eternamente Manuela.