lunes, 31 de julio de 2023
Los siete dones
lunes, 24 de julio de 2023
Personajes de novela: Celine
Celine, quien ya tenía siete años, recibía
la educación que Rosalie le podía dar. Tenía en su cuaderno una página de
escritura de excelente caligrafía. Escribía poemas breves. Se dejaba llevar
ingenuamente por las ideas que bullían en su cerebro olvidándose de todo
aquello que la rodeaba. Llenaba hojas enteras con palabras: padezco, contemplo,
respiro, pienso...
Sabía muy bien de qué estaba hablando y
hasta podía ver el desorden mental de Alexandre, pero no lo decía porque estaba destinada a otro lugar: el que "alguien" había escrito sobre papiros antiguos, bajo leyendas increíbles... más allá de los tiempos.
Ella lo sabía, por eso se dejaba sorprender, y era ángel con alas desnudas, niña que jugaba con la nieve, retrato de otra que buscaba refugio en viejas paredes de claustros.
Celine tenía los ojos azules y algo que contar...
❤
La Revolución francesa-1790
domingo, 23 de julio de 2023
Felices son aquellos que se atreven con coraje a defender lo que aman (Ovidio)
lunes, 17 de julio de 2023
El plagio literario. "Aluen", de Luján Fraix
---------------------------------SINOPSIS
ALUEN (luz de luna)
martes, 11 de julio de 2023
Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 3era parte)
Mariano
Pelayo usaba chambergo de ala escasa que dejaba ver un flequillo a la altura de
las cejas. Su indumentaria era de gaucho desprolijo. El chiripá era largo,
talar, y llevaba un pañuelo negro anudado en torno al cuello, con las puntas
divididas.
Atilio
atizaba, con papeles, el fuego que alzaba las llamaradas en la chimenea.
Los
ojos de Felicitas se llenaban de lágrimas y la boca de los hombres y de doña
Emma de maldiciones. Nada tenía explicación lógica.
‒¿Le
duele algo, niña? ‒preguntó Remedios.
‒¡No! ‒contestó
Felicitas y su mirada se clavó en el rostro de Mariano Pelayo con insistencia y
reproche. Él bajó la cabeza e intentó retirarse pero doña Emma lo detuvo con un
empellón.
‒No
quiero imaginar nada pero lo estaré vigilando. Lo dejaré inmóvil, de piedra, rotos
los huesos… ¿Me entiende?
‒Madre,
¿por qué lo acusa? Él solamente rescató a Felicitas herida de la calle. Debería
agradecerle la atención.
‒Tú
no entiendes lo que quiero decir. Eres hombre flojo que no sabe de instintos.
¡Me extraña de ti!
Antonio,
mientras tanto, observaba la escena desde el ventanal que daba a la galería.
Era desgarrador ver su rostro transfigurado por un dolor difuso que lo
aquejaba. Tal vez, se sentía culpable por haberle entregado el caballo a la
niña en la mañana. Para él Mariano Pelayo era un hombre vicioso que se hacía
pasar por millonario, de esas personas superficiales que todo lo compran con
dinero.
‒Puedes
retirarte, gracias‒le ordenó Bernardino a Mariano que partió buscando el
oxígeno que le faltaba para respirar tranquilo y a salvo.
‒¡Qué
hombre tan raro! ‒le dijo doña Emma a Felicitas quien permanecía de pie casi
amoratada y reducida a cenizas‒. ¿Por qué estás tan callada?
‒Estoy
cansada ‒contestó y se fue rumbo a su cuarto con Remedios.
Al
otro día, el aire fronterizo parecía invitarlos a salir a respirar aromas en
las parcelas sembradas de hortalizas y en las begonias, amaryllis y jazmines
(polyanthum) que trepaban los enrejados blancos de Jeremías. La capilla de la
estancia estaba abierta igual que la escuela de antaño con sus muros desnudos.
Antonio caminaba en los potreros de trigo junto a los alambrados; iba a mirar
todos los días si estaban en condiciones. Avanzaba con rapidez para llegar a la
sombra de los eucaliptos. Los recuerdos combatían en su alma con el presente
que se desgarraba ante lo impredecible. Acarreaba silencios desde tiempos inmemoriales.
La nostalgia se colaba en aquella pirca,
en el herbazal, en la profundidad de la tierra… donde descansaban los huesos de
Cruz, su madre. Casi no la recordaba pero extrañaba alguna caricia noble y
tibia.
***
Remedios
había traído un curandero para que mirara el cuerpo flácido de la niña, pues
creía que algo extraño le pasaba.
‒¡Quién
es usted! ‒le preguntó Atilio.
‒Abel,
el sanador. Me llamaron desde esta estancia por mis servicios.
‒¿Quién?
‒Una
tal Remedios.
‒¡Por Dios!, qué mujer más entrometida. Mire, acá no creemos en esas cosas. Usted disculpe. Vuelva a su casa, amigo.
‒No…
No se haga el bravucón conmigo. Yo no vengo gratis tantos kilómetros para que
me despida de ese modo.
Bernardino
le tuvo que regalar una yunta de bueyes para que el hombre se fuera contento.
“Qué
holgazán”, pensó cuando lo vio alejarse contento como conversando con su
sombra. Se notaba, a distancia, que era un mulero sin remedio.
‒¿Vino
Abel? ‒preguntó Remedios con inocencia.
‒Eres
insolente, mujer.
‒¿Por
qué?
‒Tomas decisiones sin consultar, haces lo que
quieres. No respetas a la familia. ¿Hasta cuándo?
‒Es
que estoy preocupada por Felicitas. ¿Usted la vio? No tiene voz, parece
dormida, sin sangre, sólo espuma, fantasma blanco…
‒¡Basta!,
deja de delirar. No exageres más. Esta tarde viene el médico del pueblo.
‒Me
quedo más tranquila‒dijo Remedios y se fue murmurando‒: Si solamente me tocaras el corazón, si solamente pusieras tu boca en mi
corazón…
“Está
loca esta mujer”, pensó Bernardino mientras la vio alejarse rumbo al rancho de
Antonio desde donde se escuchaba la melodía de una guitarra.
**
sábado, 8 de julio de 2023
Personajes de novela: Mariano Pelayo
Frente a la iglesia, en la puerta de un cafetín, Mariano Pelayo estaba hostigando a una señorita. Aquel hombre de rostro curtido y negras patillas a doña Emma le daba miedo. Hubiera cruzado la calle y le hubiera dicho unas cuantas verdades que mantenía ocultas, pero mejor era no polemizar con una persona tan frívola. Ella lo miró con los ojos llenos de cólera y él con su sonrisa despectiva la descolocó por completo.
‒¡Bravo!‒gritó doña Emma fuera de sí.
‒Hipócrita. Va a la iglesia a besar reliquias. A Dios se lo puede honrar de igual manera en un bosque, en el campo, o como los antiguos contemplando el cielo.
‒Vamos, Jeremías. ¡Qué hombre tan despreciable y ridículo!
Pelayo se quedó mirándola de lejos con una sonrisa de ironía en sus labios; Estaba rodeado de perros perdidos que olfateaban, con recelo, sus botas negras.
**
viernes, 7 de julio de 2023
Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 2da parte)
‒La
encontré en el camino que va hacia la media legua; estaba desmayada y tenía un
golpe en la cabeza. Se ve que se cayó del caballo, no creo que nadie la haya
atacado.
‒¿Quién
es usted?
‒Mariano
Pelayo, de la estancia El Madrigal.
‒No
conozco ese lugar, tampoco he escuchado hablar de su familia. ¿Dónde pasó la
noche Felicitas?‒preguntó doña Emma con un deseo corrosivo de indagar en los
pormenores de aquel rescate. No pensaba, por el momento, en darle las gracias.
Felicitas,
de pie junto a Bernardino, observaba a Mariano Pelayo de una manera extraña. No
había gratitud en sus ojos. Él también la retenía con aquella mirada azul y
cómplice.
‒Él
es el fiel caballero que te adora sin conocerte ‒dijo Felicitas como afiebrada.
‒¡Qué
dice esta inconsciente! ‒contestó doña Emma que estaba perdiendo la paciencia y
que se había olvidado del dolor por la ausencia de su hija.
‒Pase
a la casa que tenemos que hablar ‒le dijo Atilio a Mariano Pelayo quien
permanecía pálido y tembloroso como si ocultara un mal mayor, un secreto
inconfesable.
‒No,
gracias.
‒¡Pase! ‒dijo
Bernardino elevando la voz mientras Antonio escapaba detrás de los galpones de
los carros, abatido por un sentimiento descontrolado.
‒¿Qué
le pasa al capataz?
‒Nada,
seguro que está ofendido.
‒Quiero que nos cuente bien cómo sucedieron los hechos ‒dijo Atilio‒. Necesitamos saber qué ocurrió con nuestra hermana. ¿Comprende?
‒Bueno…‒contestó
Mariano Pelayo con cierto temblor en la voz‒. Pasé con mi caballo al borde del
camposanto y sentí cierto resquemor: los
difuntos, la luz mala, las ánimas me atemorizan ciertamente más que los
encuentros posibles en los parajes desiertos. Al cruzar una calle espanté a un
caballo desbocado que iba sin rumbo. No tenía jinete, eso me confundió… Me
acomodé el poncho y seguí un poco más adelante. Allí, en un zanjón, estaba
ella. No se movía, parecía golpeada. Quise hablarle pero no respondía, entonces
la subí al caballo y la llevé a mi estancia para hacerle las curaciones.
‒¡Qué
irresponsable! ¿Cómo no la trajo a la casa?
‒Y
si no hablaba…
‒¿Y
en su estancia qué pasó? ¿Quiénes viven con usted?
‒Mis
padres y mi hermano Prudencio, pero ellos ahora están de viaje.
‒¡Quiere
decir que Felicitas pasó la noche con usted!‒dijo doña Emma fuera de sí.
‒Sí,
señora ‒contestó Mariano apoyándose contra la pared mientras todos lo miraban
dispuestos a arráncarle los ojos si fuera preciso, pero se quedaron en silencio
absortos y pensativos.
💓
miércoles, 5 de julio de 2023
Buenas y Santas... (Cap 5 Mariano Pelayo 1era parte)
5-MARIANO PELAYO
todo hecho de guitarras destrenzadas.
La guitarra es un pozo con viento en vez de agua.”
Gerardo Diego
LA ORACIÓN DE LAS MADRES
Amanecía
y doña Emma, de pie, en el porche de su estancia, se puso a rezar la oración de
las madres. Bajo la lluvia todo estaba aún oscuro y frío. Ella sentía algo en
el aire húmedo que le rozaba las mejillas: un presentimiento. Sabía que si se
internaba en el bosque descubriría algún secreto pero decidió quedarse al
amparo de las tapias esperando noticias de su hija.
Al
rato, comenzó a andar. No quería perderse por esos senderos pero seguir
esperando la estaba volviendo loca. La tierra negra y sembrada de agujas de
pino y hojas de arce, de un pardo negruzco, formaban una alfombra resbaladiza
que rezumaba bajo sus pies como una esponja y el agua burbujeaba en torno a la
suela de sus zapatos.
Mientras
caminaba entre los abetos y cedros, más allá de las conejeras, bastante lejos
de la casa, recordó que una mañana como aquella había visto a su padre avanzar
hacia ella, encogido bajo la lluvia entre un valle rojo de frutillas. Él estaba enojado. Ella sabía el motivo. La
triste imagen vino a su memoria como un mensaje trágico y demoledor.
De
repente, escuchó los caballos camino a La Candelaria. Doña Emma salió corriendo
en busca de noticias.
‒No
está por ningún lado. Hay que hacer la denuncia a la policía.
‒¡Por
favor!, tiene que aparecer…‒lloraba doña Emma, indefensa y envejecida por el
dolor.
‒Madre,
cálmese.
‒¡No
quiero calmarme!
Nadie se atrevía a contradecirla a pesar de su notorio abatimiento. Es que sentía, por primera vez, una derrota aplastante que la consumía en las brasas del desasosiego interno. Ya nada tenía sentido para ella si su amada Felicitas no regresaba.
Ese hogar, en el que se criaron sus
hijos, era venerado por doña Emma como un santuario. En él depositó sus huellas
indelebles de moral, de trabajo y de virtud.
‒¡Allá
viene alguien! ‒gritó Jeremías desde la galería alterado por aquella visión.
Un
hombre traía a una mujer sobre su caballo. Ella lo abrazaba por el hombro
izquierdo. Parecía débil y quebradiza.
‒¡Es
Felicitas!
Antonio,
el capataz, visiblemente emocionado, salió al encuentro de ambos.
‒¡No! ‒gritó
doña Emma otra vez‒. Ve tú Bernardino. ¡Eres su hermano!, ¿qué haces ahí parado?
Pareces estúpido, hombre.
Así
fueron los apuros para cargarla y suspenderla. Ella traía en la frente una venda
blanca y los ojos extraviados, como si mirara sin ver.
martes, 4 de julio de 2023
Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas 4ta parte)
‒No
pudimos encontrarla ‒dijo Atilio‒. La noche está muy cerrada. Además caminando
no puede estar muy lejos.
Ellos
no sabían que Felicitas se había llevado el caballo.
Era
comienzos de julio. La bruma caía sobre los campos extendiéndose por los
confines, entre el contorno de las colinas. No se veían los huertos ribereños
ni los patios de las estancias; los árboles sobresalían como oscuras rocas y
las siluetas de los álamos aparecían como arenales agitados por la brisa
helada.
‒Esperemos
hasta mañana ‒dijo Bernardino.
‒¡No! ‒gritó
doña Emma‒. Puede estar muerta en algún zanjón o perdida por los caminos. Es
una muchacha inocente y en peligro porque no sabe nada de la vida.
Para
la patrona el tiempo transcurrido le anunciaba una desgracia, pero nada podía
hacer por Felicitas. Debían esperar al amanecer.
‒Remedios
lleva a mi madre a su habitación y déjala descansar. Que tome un calmante‒dijo
Bernardino.
‒¡No
quiero estar anestesiada! Necesito ver a mi hija, estar bien despierta para
cuando llegue… ¡Por favor!
‒Está
bien, pero no llores más que nos haces sentir culpas.
‒No,
hijitos. Ustedes son unos santos‒contestó doña Emma con un hilo de voz.
Le
dio el brazo a Jeremías y se apoyó en su hombro mirando hacia la oscuridad de
la ventana donde le pareció que unos ojos afiebrados la miraban con curiosidad.
Jeremías llevaba una gorra hundida hasta las cejas pues era un hombre friolento
al extremo. Solía recorrer los sembrados con un poncho de lana en pleno verano.
‒¡Qué
locura! Debe haber alguna forma de llegar hasta ella.
‒Yo
tengo la culpa porque debí vigilarla más.
‒No
se atormente doña Emma. Ya va a regresar. Debe estar con alguien…
‒¡Insinúas
que con un hombre!‒gritó enfurecida la patrona.
‒No,
no…
Bernardino
permanecía sentado en una silla baja junto a la chimenea. Atilio hacía girar
entre sus dedos el alfiletero de marfil y Remedios cosía en silencio.
‒Pobre
niña Felicitas. ¿Quién sabe dónde fue a parar? Las mujeres suelen huir de sus
hogares por el rigor de los padres o impulsadas por una pasión amorosa.
‒¡Qué
dices! ¡Cuida cómo te expresas!
‒Es
que a estas horas le puede pasar cualquier cosa.
‒Debemos
ser prudentes y no hacer conjeturas. Mañana será otro día.
‒¿Quién
duerme esta noche?
‒Pues,
nadie‒dijo Bernardino.
¿Qué
misterio escondía ese hombre modesto y reservado?
En
lo más hondo de la noche, Antonio se fue hacia la casa grande.
‒¡Quién
está por ahí! ‒gritó una voz.
‒Soy
yo, patrón.
‒¡Qué
pasa! ‒dijo angustiado Bernardino que creía que el capataz traía alguna noticia
de su hermana.
‒Vengo
a contarle algo. Esta mañana la niña Felicitas me pidió un caballo y yo se lo
di. No sabía para dónde iba, tampoco se lo pregunté…
‒¡Es
que ahora se te ocurre decirlo!
‒No
sabía qué hacer.
‒Igual,
eso no cambia las cosas. Con caballo o sin él, ella ha desaparecido‒contestó
Atilio desganado.
‒Perdón ‒respondió Antonio mirando el piso y se marchó.
En
medio de los bosques, en aquella llanura sin límite, Antonio, girando en
círculos, llamaba a Felicitas a los gritos. Se inclinaba hacia la tierra,
examinaba los matorrales. En esa pampa la oscuridad era impenetrable. Salió con
su caballo hacia algún paraje distante. Cinco leguas. El capataz se paró en un
momento, recorrió el horizonte, examinó el suelo, clavó la vista en un punto… y
empezó a galopar con la rectitud de una flecha. Finalmente, se detuvo entre
unas matas de verbenas y, nombrando a Felicitas, comenzó a llorar.
domingo, 2 de julio de 2023
Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas 3era parte)
Al
rato…
‒Debo
irme porque ya es casi mediodía y se van a dar cuenta de que falto de la casa.
Espero que Antonio no se lo haya contado a mi madre ‒dijo acomodándose la ropa.
‒¿Antonio?
‒El
capataz.
Raúl
sintió un lacerante temblor en su pecho. Los celos lo estaban dejando al
descubierto con intenciones de delatar un cariño que empezaba a nacer en su
corazón.
‒Adiós,
nos veremos pronto ‒dijo Felicitas y huyó con su caballo por la calle estrecha
entre los álamos y su aliento de sombras.
Era
indudable, que la influencia de doña Emma aparecía para enturbiar los ánimos.
Demasiados códigos para expresar el amor parecían absurdos a los ojos de Raúl
que, a pesar de que le gustaba demasiado Felicitas, pensó que como novia no le
convenía.
Y
entonces, por cobardía o por necesidad, por ese incalificable sentimiento que
nos arrastra a las más insólitas acciones, Raúl se dejó llevar hacia la casa de
doña Emma a quien encontró en el patinillo. Estaba vigilando a unos peones que
hacían girar, con grandes esfuerzos, la rueda de la máquina de fabricar agua.
‒¿Qué
lo trae por aquí Raúl? ‒dijo asombrada por la visita.
‒Necesito
hablar con su hija.
‒¡Remedios,
llama a Felicitas! ‒gritó doña Emma.
‒No
está ‒dijo la criada.
La
niña, después de escapar en su caballo por aquellos caminos con aroma a
sándalos, no había llegado a La Candelaria.
Raúl sintió que se había metido en un lío mayor cuando todos empezaron a buscarla sin hallar sus rastros. Llegó la noche. El reflejo del farol, que se balanceaba en el patio, sobre la copa de los árboles frutales, al penetrar en el interior de la casona por las cortinas dibujaba sombras en aquellas desconsoladas almas. Doña Emma, transida de tristeza, temblaba bajo sus ropas y sentía cada vez más frío. Felicitas había desaparecido y las horas se tornaban interminables. Bernardino, Raúl y Atilio salieron en su busca por los senderos despoblados de espejismos, entre alas de murciélagos y cristales empobrecidos por las bujías en las casas lejanas de campo. No sabían por dónde empezar…
Doña
Emma miró el fuego de la chimenea que se prendió con la paja seca. Era como un
inflamado matorral sobre las cenizas que se consumía lentamente. Ella tenía los
ojos fijos y turbios.
‒¿Dónde
estará la niña?‒dijo llorando.
‒Ya
la van a encontrar, doñita‒contestó Remedios apesadumbrada por un dolor que le
oprimía el pecho.
El
fuego iluminaba a doña Emma de pies a cabeza e inundaba con su luz la sobriedad
de su vestido, la blancura de su piel y hasta sus párpados. Las ráfagas de
aire, al entrar por la puerta entornada, ponían en su cuerpo el resplandor
rojizo de la llama.
**
sábado, 1 de julio de 2023
Buenas y Santas... (Cap 4 La desaparición de Felicitas 2era parte)
Raúl,
el hijo de don Simón, abandonó la máquina de labrar la tierra que estaba
reparando. Una fuerza superior controlaba sus actos porque lo movía una
poderosa necesidad de llegar lo más pronto al encuentro. Aquella imagen
angélica con los huesos finos y su piel de durazno lo guiaba ciegamente. Arribó
justo a tiempo para descubrirla en medio del campo; no sabía para qué pero
estaba fascinado. Él era un hombre necesitado de amor. Felicitas lo vio venir
hacia ella; se sentía feliz por primera vez en la vida porque creía ser libre.
El
pelo le caía hasta la cintura e irradiaba una luminosa energía interior. Era
una mujer bella que podía enamorar a cualquier hombre. La simpleza de su rostro
y la perfección del cuerpo virginal contrastaban con los pensamientos
apasionados de Raúl.
‒Hola ‒le
dijo él asombrado por la extraña visita.
‒Me
he escapado ‒contestó Felicitas mientras se sacudía la tierra de los caminos que
se le había colado por sus botas.
Él
la miró perturbado por un raro sentimiento. No podía creer que aquella niña le
gustara tanto. Todavía no había olvidado sus modales groseros y el desprecio
que tuvo que soportar la noche de presentaciones.
‒¿Tú
sigues siendo una vagabunda? ‒le preguntó con picardía.
‒Ahora
soy señorita fina, ¿no se nota?
‒No ‒contestó
Raúl.
Entre
las sementeras y los cañaverales, se filtraban los arrullos de palomas. Se
sentaron sobre una piedra; el aire traía la inquebrantable sensación de culpa
pero era obvio que a Felicitas ya no le importaban los riesgos ni los códigos
de su madre. La emancipación había llegado para ella porque había crecido. Lo
sentía así desde aquel día de la cena cuando desafió a todos los presentes con
su capricho de niña rica.
‒¿Por
qué me escribes tantas cartas?
‒Porque
me gusta hablar contigo, a la distancia, aunque sea a través de un frío papel.
‒Tú sabes que nuestros padres organizaron el encuentro.
‒Sí
y me apena pero así piensan ellos, son de otra generación. Resuelven el tema
amoroso de los hijos intentando casarlos con amigos de la familia y hasta con
primos.
‒¡Qué
horror!
‒Creo
que no se detienen a pensar en los sentimientos ‒dijo Raúl acariciando un mechón
de pelo de Felicitas que le caía, rebelde, sobre el hombro izquierdo.
Ella
se estremeció al contacto de su mano y se puso de pie.
‒Perdón ‒dijo
él turbado por la situación‒. Ella lo volvió a mirar a los ojos con ansiedad…
**