miércoles, 30 de septiembre de 2020
“Cuántos corazones tocaste, ése será tu legado en esta Tierra” ( Patti Davis)
sábado, 26 de septiembre de 2020
"El provecho de uno es el perjuicio de algún otro " (Michel E. De Montaigne)
Rosaura sabía que tenía que quedarse al amparo de esa Pampa Gringa razonablemente feliz.
No podía esperar otra cosa, no quería... Su mundo limitado era el refugio donde el abrazo la sostenía, la lágrima que la cubría, el deber... Magdalena, su madre, la orientaba por el camino de sus propias leyes, con obediencia y dedicación.
Quería estudiar piano: ¡no!
Las niñas debían aprender a coser para vestir a las tías ricas que no querían gastar en modistas.
- El provecho de uno es el perjuicio de algún otro. (Michel E. De Montaigne)
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Negar la libertad
domingo, 20 de septiembre de 2020
"Estoy solo y no hay nadie en el espejo" (Jorge Luis Borges)
Gregory Frank Harris |
Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
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Querida Rosaura. ¿Cuánto dura el amor? La eternidad
jueves, 17 de septiembre de 2020
"Siempre habrá soledad para aquellos que son dignos" (Jules d'Aurevilly)
Muchos podían imaginar a qué se debía la mirada ausente de don Juan. En su silla de paja rota, sentado como al descuido, con apatía, observaba el camino donde seguramente en un rato llegaría alguna carreta. Su esposa criaba gallinas y vendía los huevos en el pueblo. A veces, guardaba ese poco dinero que le quedaba debajo de los carros, en la tierra, para que nadie se lo quitara... Cerca del cañaveral había un par de vacas, algunos patos y un burro.
lunes, 14 de septiembre de 2020
"Sin nostalgia el sacrificio no tiene valor" ( Arthur Koestler)
sábado, 12 de septiembre de 2020
Querida Rosaura. ¿Cuánto dura el amor? La eternidad
Nunca dejes que un recuerdo sea más fuerte que un sueño
LUJAN FRAIX-BIBLIOTECA PERSONAL
Seguiré con mi novela: QUERIDA ROSAURA.
jueves, 10 de septiembre de 2020
El silencioso grito de Manuela (Cap VII segunda parte)
Julián seguía respirando a través
de sus hijas y nietas porque aunque Rocío y Encarnación estuvieran muertas él
sentía que estaban presentes. Las amaba tanto que hubiera dado la vida por
ellas. Damián también era su refugio para enlazar historias aunque debía
reprimir sus impulsos y ocultar las lágrimas porque el joven, de quince años,
sufría desde tiempos pretéritos anorexia nerviosa crónica que dejaba casi
desnudas sus entrañas.
-Abuelo, háblame de mi madre-le
preguntaba a Julián que entornaba los ojos y colocaba las manos en forma de
cruz sobre el pecho.
-Dile a Manuela, vamos anda…
-No, cuéntame de ella.
Esa noche entre las paredes añosas,
mientras escuchaban de lejos los rezos de Manuela, el abuelo comenzó a hablar
de Encarnación. Por primera vez desde aquel día, cuando se quedó solo frente a
la tragedia, se sintió perdido y a merced de Damián que lo observaba como un
ser incomprendido.
-Encarnación es, porque está aquí,
bonita de ojos azules. De niña solía correr con sus muñecas sucias detrás de
los gatos con la rebeldía de su edad y la sabiduría de un adulto. Contestaba
mal, desobedecía a Manuela, pero con su alegría inundaba la casa.
-Muéstrame su fotografía-dijo de
repente Damián.
-Hijo mío, no molestes más a tu
abuelo que ya está muy viejo.
Damián, tratando de retener la
bronca, se levantó, dio un portazo y se fue a la calle. No entendía el porqué de
tanto misterio; necesitaba tanto comenzar a ser a través de su madre, olvidarse
de sí mismo para conocer su origen. ¿Por qué amaba tanto a alguien que nunca
había visto?
Y así fue como su mano movió el
picaporte. Era incapaz de huir porque en esa casona se escondía su mamá, aunque
fuera solamente un alma coronada de flores. Encarnación alborotaba el aire de
los cuartos y algún día, quizá, con la ayuda de alguien, despertaría de la
profundidad de los roperos con el cuerpo lleno de algas para cobrar vida en
algún retrato.
Lucía cumplió tres años.
José, su padre, no la había vuelto
a ver después de aquel día del desmayo pero sabía, por amigos de la familia,
que la niña vivía en el umbral de las sombras. Él no podía hacer nada porque
Letizia había llegado a odiarlo. Ella poseía la misma obstinación que tenía
Manuela por la muerte, eran tan pasionales para todo que cualquier persona
cercana resultaba insignificante. Solían tener conversaciones fortuitas con
médicos en la iglesia, en la estación de trenes, en el cementerio… para que
nadie sospechara que ocurría algo extraño.
En el medio doméstico en el cual
vivían, Lucía solía pisar hormigas, acariciar las amapolas y arrancar los
geranios. Jugaba con sus hermanas en un barco anclado en el fondo del patio; esperaba,
quizá, el naufragio de ese Titanic que sabía que la travesía se interrumpiría
en algún momento.
Aura y brillo, perfume de
tulipanes, alguna gata Máxima y el retiro absoluto…
-Aunque estemos acompañados somos
individuales; cuando el alma consume el cuerpo, la soledad asoma el vigor y se
prepara para compartir el espacio que todavía se puede rescatar-decía Manuela.
Nada era tan trivial y tan monótono
que escuchar las reflexiones de esa abuela pueril en momentos en los cuales la
angustia se apropiaba de los corazones.
Lucía despojada de aire y en el
fondo de una cisterna que se desbordaba por sus cultos, estaba comenzando a
regalar sus pocos años a los espejos de agua, a la rigidez de las fronteras, a
las vallas, al camino abierto… porque su fragilidad demostraba que estaba muy
enferma.
Letizia ya lo sabía y Manuela mucho
antes que ella. A medida que pasaban los días, la familia comenzaba a sentirse
más angustiada. Cuando todos creían que se hallaba recluida, Letizia apareció
en el portal en compañía de Manuela que era esclava de la resignación. Micaela,
la vecina, quiso interrogarla pero Letizia la esquivó con altivez; se acurrucó
en los brazos de su madre para que le diera la bendición y luego miró a los
curiosos como si fueran criados sin apellido ni linaje.
Lucía sufría una enfermedad
terminal y su mamá estaba dispuesta a luchar. Encendió diez velas al retrato de
Rocío y se llevó la mano al crucifijo que llevaba en el cuello. Tenerlo le daba
seguridad y cordura aunque desde ese día Letizia Costa Río comenzó a vestirse
de negro; olvidó las lámparas y bujías y se refugió en las tinieblas. Solamente
salía a la calle cuando llevaba a la niña a la consulta con los médicos.
José se acercó para ver el inicio
del tormento y para ayudar a Letizia a recorrer ese camino de espinas, más allá
de los desacuerdos y de la falta de amor.
Manuela, al verlo llegar, se sentó
bajo el parral aspirando el olor del muérdago.
-A qué vienes.
-Por favor, señora, tenga piedad…
Lucía se hallaba sentada sobre un
plumón, vestida con encajes bordados y puntillas de Valencia. Lo miraba seria
como si estuviera en un rito bautismal y con la absoluta certeza de que ese
hombre, para ella, era un extraño. Dolores y Laura también lo observaban
tímidamente con los ojos hipnóticos pues casi se habían olvidado de él y de su
rostro famélico.
martes, 8 de septiembre de 2020
"La meta es el olvido, yo he llegado antes". (Jorge L. Borges)
Entre calvarios de ausencia y pianos que arrancaban lágrimas, la vida de Manuela se llenaba de fantasmas, de precarias lucernas del amor y es allí cuando buscaba en algún recodo, la PAZ.
El pasado era su morada para protegerse; llamaba a su madre y luego al padre para que tomaran sus decisiones. No sabía cómo continuar andando por la vida. Ellos no le habían enseñado a ser valiente.
----------------El silencioso GRITO de MANUELA
*
Mercado Libre-Argentina.
Autores Editores