EDUARDO
-1895-
Melanie Bourdet
Chabot du Champ tenía más apellidos que porotos en un guisado y hacía uso de
ellos para hacer valer su autoridad. Cuando tuvo el bebé los negocios marchaban
bien y fue estentóreo el alumbramiento pues todos sus hijos lo festejaron con
euforia y se maravillaron ante la exuberancia de los colores en el rostro del
pequeño a quien llamaron Eduardo Alberto.
El culto a la
familia quedó indeleble por siempre y jamás se dejaron vencer por las miserias
de los hombres, con andar pausado marcharon hacia la conquista de momentos nuevos.
Melanie y François
tuvieron dos hijos más, Francisca y José. Los mismos nombres inmortales para
marcar un sello legítimo. Con estos últimos nacimientos fueron nueve, igual que
cuando vinieron de Suiza.
El enrevesado
destino avasalló con apetito desordenado las alegrías y tristezas y dio un
empujón sorpresivo como una dádiva a esas personas minúsculas en un mundo tan
gigante.
El vicepresidente
José Evaristo Uriburu completó el período de gobierno hasta el año1898 que dejó
el mandatario dimitente, Dr. Luis Sáenz Peña.
Su primera moción
fue dictar una amnistía general que pacificara los espíritu.
En la ciudad se
concretaron nuevas obras; el tranvía, tirado por caballos, fue uno de los
principales medios de transporte a fines del siglo XlX, reemplazado luego por
el eléctrico.
El 16 de enero de
1886 Carl Benz patentó el primer moto-vehículo que no le debía su medio de propulsión
a un animal. Se llamaba Benz Victoria. Tenía tres ruedas: dos traseras y una
delantera para dirección tipo horquilla de bicicleta. El motor era
motocilíndrico, ciclo Otto con una potencia aproximada de 3HP o un régimen
máximo de 450 r.p.m, con carburador evaporativo y encendido electrónico
provisto de batería, bobina y bujía.
La ubicación
privilegiada de Rosario motivó que la mayoría de la producción de cereal del país saliera de su puerto, cuya capacidad
se midió en millones de toneladas.
La fábrica de
Melanie siguió creciendo; ya contaba con cincuenta empleados. Elemir y François trabajaban a la par de ellos
porque querían legar a sus descendientes un capital importante. Dejaban toda su
energía para construir el futuro y no disfrutaban mucho de los beneficios que
eran demasiados.
La estancia parecía una gran aldea con caminitos sinuosos entre manzanos, ciruelos y almendros, era un paisaje que daba paz al alma imposible de lograr en otro sitio. En la casa vivían todos juntos: los hijos de Melanie con Rodolfo, los tres pequeños con François y Elemir que era un miembro más. El orgullo que sentían por haber llegado a ocupar ese lugar, después de haber sufrido la pobreza y el desamparo, los ennoblecía mucho. Exponían sus cosas como quienes muestran un sentimiento; la humildad era la mejor virtud que tenían porque no necesitaban hacer bulla para demostrar que existían.
Melanie iba siempre
al pueblo porque hacía contribuciones para la iglesia que se estaba
construyendo; donó bancos y dinero para el altar que resultó ser bastante
costoso. Dejaba a los niños al cuidado de los más grandes, de la lavandera Rita
o de un mucamo negro que se llamaba Jeremías. No quería estar alejada demasiado
tiempo del hogar pero tenía obligaciones que cumplir y, a veces, se sentía
impotente cuando no podía asumir las responsabilidades. Siempre necesitaba
estar en la casa aunque hubiera mucha gente para ocuparse de las tareas;
indudablemente, la omnipotencia era un matiz más de su indómito carácter.
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