viernes, 26 de enero de 2024
Volver a empezar...
viernes, 19 de enero de 2024
Buenas y Santas... Los hijos olvidados
Felicias llegó a la vera del camino, recogió algunas margaritas y vio algo que se movía entre los abrojos. Pensó que era un gato.
‒No grites que yo te ayudaré a salir. Ven…
Apareció entre el verde de las matas, la zanja y el lodo acumulado, Mariano Pelayo.
‒¡Dios! ‒gritó Felicitas.
‒Niña, qué gusto verla.
Ella dio un paso atrás, con temor.
‒No se vaya ‒le dijo con voz tierna y entrecortada.
‒Sabe muy bien que usted es un miserable, un hombre brutal, sin corazón y sin alma. ¿Cómo piensa que lo voy a escuchar si ha manchado mi nombre? Sería capaz de matarlo, ¿me oye? Si esto pudiera devolverme la vida que tenía antes.
‒Yo solo no soy culpable de nada.
‒Es un desgraciado, lo odio. ¿Cómo puede hablarle así a una señorita educada? No tiene principios.
‒¿Señorita educada?
💗💗💗💗💗
sábado, 13 de enero de 2024
Hellen, escribe... Guerra de Malvinas-1982
miércoles, 10 de enero de 2024
La última mujer (Cap III Magnates y banqueros. 3era parte)
Alan
estaba tratando de subir al coloso en tercera clase junto con los inmigrantes
que iban a Nueva York en busca de trabajo.
Todos
confiaban en que el viaje por el tumultuoso Atlántico Norte no sería arduo. Con
sus dieciséis compartimientos herméticos, el notable buque era el reflejo de
las más avanzadas técnicas de ingeniería. Para Alan era un trámite haber
logrado subir. No le importaba la gente, ni las comodidades que, en tercera
clase, para él era dignas de destacar. Quería llegar hasta su abuelo y
apoderarse de la valija lo más rápido posible. Después, al llegar a destino, se
ocuparía de otros asuntos. Lo importante era que estaba allí y que había
logrado, con el poco dinero que le había dado Mark, subir a la nave sin ser
visto y sin problemas.
Estuvo
recostado el día entero en la penumbra del camarote, tranquilo y algo contento,
notó cómo le iban desapareciendo el frío y el cansancio y se abandonó con
deleite a la cálida sensación de seguridad. Escuchó el correr del viento en
ráfagas caprichosas y pensó en la vida de los ricos, de los que gozaban de su
suerte en primera clase. Los envidiaba, le parecían frívolos y déspotas. Su
resentimiento aumentaba y también el
desamor por su familia. Nunca los quiso. Era evidente que recibió la mala
influencia de Harry, su padre, que se aisló de ellos para hundirse en su propio
abismo.
Quien lo tiene todo a
veces es muy pobre.
Se
quedó dormido y soñó con Francia, con las playas doradas y el gozo de ser un
Cooper. Vivir a lo largo de las costas y sentir el rugido de las olas contra la
rompiente.
Las
nubes se levantaban sobre la nave como montañas y la costa era una larga línea
negra. El agua, de un azul profundo, se confundía con el cielo que se dejaba
ver a intervalos.
Al
rato, cuando despertó, Alan fue al comedor donde había mesas con manteles
blancos colocadas de forma paralela con sus platos y los utensilios necesarios.
Vio a algunos jóvenes de su edad vestidos pobremente que cantaban y reían. No
le encontró justificativo. Para él la pobreza era una desgracia, la niebla que
nublaba la razón y el latigazo dado sobre la carne lastimada. Alan se había
transformado en una sombra fantasma, a la deriva, violado por sus propios
intereses mezquinos.
“Si
me oyeran hablar en voz alta creerían que estoy loco”, pensó al contemplar a
los inmigrantes que conversaban animosamente en ese comedor de almas humildes.
Él era tan pobre como ellos; sin embargo, se veía como un príncipe ruso
soberbio y despiadado.
‒¿Qué
edad tienes? ‒le preguntó un muchacho que apareció detrás de un banco largo de
madera lustrada.
‒Veinte.
‒No
pareces inmigrante como nosotros. Eres algo extraño. Perdona si te comento
esto, he sido indiscreto.
‒No
es nada ‒dijo Alan con indiferencia y lo dejó solo.
No
le interesaba tener amistad con nadie. Le parecían demasiados ingenuos. Le
pidió un cigarro y luego le dio la espalda.
‒¿Se
puede subir a primera clase?
‒¿Qué? ‒contestó
el joven sorprendido‒. No creo, está todo demasiado vigilado.
‒Tengo
que buscarle la vuelta.
‒¿Cómo?
‒Yo
me entiendo ‒respondió Alan dejando al inmigrante desorientado como si le
hubiera dado un sermón y le hubiera estropeado la alegría.
“Qué
raro es”, pensó.
Alan no era bueno ni nada parecido. No quería serlo tampoco porque no le servía. Era de débiles mostrarse dadivoso. Prefería ser hipócrita, mentir era una de sus virtudes. Harry le había enseñado a estar en guardia, a desconfiar, a colocarse una coraza para cubrirse de males mayores y de la humillación de los grandes.
Estuvo
merodeando por los alrededores toda la tarde. No sabía cómo hacer para llegar a
primera clase. El mar en ese atardecer pintaba su color gris en la superficie.
Algunos de aquellos inmigrantes tenían la piel morena como las de las mujeres
indias. Todo le parecía tan lejano.
‒¿Necesita
algo, muchacho?‒le preguntó, de repente, un vigía.
‒No,
gracias‒respondió Alan asustado. Se hallaba en falta, él lo sabía.
¿Acaso
no era fuerte y astuto como para obrar rápidamente y no vacilar jamás?
Tenía
un dolor de cabeza atroz. Odiaba a esos hombres; los modales que empleaban para
exhibir orgullosos la pobreza lo sublevaba. Es que ellos no tenían nada que
perder. Alan Cooper había nacido en otra cuna y por eso su mendicidad lo
transformaba, pero quien tenía la culpa de su poca autoestima y de la falta de
valores era su padre. Mark había intentado llevarlo por el buen camino pero
Harry lo desautorizaba, así también terminaron cansando a su madre que decidió
hacer su propia vida en Francia.
A
Alan lo invadió una especie de calma impersonal, no se sentía tan ansioso. Era
una vaga melancolía, una especie de éxtasis que lo conducía a su fin primero,
hacia el sueño profundo del que no podía evadirse. Tuvo la impresión de que en
aquel ambiente ganaba la indiferencia; sin embargo, las miradas estaban
depositadas en sus movimientos erráticos.
‒Ya
van a servir la cena ‒le dijo uno de los pasajeros que circulaba por el pasillo
y que venía desde la sala de fumadores.
‒Gracias ‒contestó
Alan ensimismado. No le interesaba la vida social de la nave, ni las charlas o
los festejos. Ellos estaban demasiado contentos. Como esa dicha que nacía de
quienes tenían esperanzas y futuro. Él, a pesar de estar allí con un propósito,
no lograba la paz que deseaba. Es que hasta que no tuviera la maleta de Mark en
sus manos no podía reconciliarse con su existencia. Estaba dispuesto a todo y
hasta se arrojaría al mar, si fuera necesario, con el botín porque su obsesión
era perturbadora y alarmante. Quería disimular y no lo lograba… Los demás ya
sospechaban de su ardid, pero no podían adivinar cuál era su camino para
alcanzar aquel macabro anhelo.
martes, 9 de enero de 2024
“No es más fuerte la razón porque se diga a gritos.” Alejandro Casona
Aquella Manuela que conocí no me miraba, no se daba cuenta de que yo la observaba como quien ve un lienzo empolvado por los años. Ella era distante, inalterable, sosegada... Llevaba sus angelicales procesiones dentro del alma como un nudo de llanto. Era la madre que sabía hablarle a los muros, a la sombra asilada en su piel, a los retratos. Yo era una más que llegaba para irme rápido detrás del anochecer.
Escribí esta novela entre 2006 y 2008 y me inspiré en una mujer real como casi todos los personajes de mis historias.
viernes, 5 de enero de 2024
Personajes de novela (Los siete dones)
GUÍA DEL LECTOR
A continuación se relacionan en orden de
relevancia
los principales personajes que intervienen
en esta obra.
PERSONAJES HISTÓRICOS:
FELICITAS GUERRERO: considerada la mujer más bella de la Argentina. Se casó muy joven con Martín de Álzaga, un hombre que podría ser su padre. Tuvo dos hijos que murieron al poco tiempo. Cuando Martín de Álzaga falleció, se enamoró de Sáenz Valiente, pero fue asesinada por un hombre despechado.
MARTÍN DE ÁLZAGA: (esposo de Felicitas Guerrero) Sobrino-nieto de un célebre caballero español fusilado en los acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo. Caballero millonario que tenía mujer e hijos en la clandestinidad.
CARLOS JOSÉ GUERRERO: (padre de Felicitas Guerrero) Un hombre ambicioso de la sociedad porteña que manejaba los intereses de la familia y que quería acrecentar su capital sin miramientos.
FELICITAS CUETO Y MONTES DE OCA: (madre de Felicitas Guerrero). Obedecía a su esposo como se acostumbraba en la época dejando de lado los sentimientos y los verdaderos deseos de sus hijos.
SAMUEL SÁENZ VALIENTE: El nuevo amor de Felicitas luego del fallecimiento de Álzaga. El hombre que amaba y con quien iba a casarse.
ENRIQUE OCAMPO: Un
enamorado que tenía Felicitas y que por despecho, en el día que anunciaba su
boda con Sáenz Valiente, la mató.
PERSONAJES HISTÓRICOS SECUNDARIOS:
Tránsito Cueto (tía de Felicitas), Albina Casares (amiga), Antonito Guerrero
(hermano), Cristián Demaría (primo), María Caminos (mujer oculta de Álzaga)
PERSONAJES DE FICCIÓN:
MILAGROS CORREA VIALE: una niña y luego una adolescente curiosa y dispuesta a hacerle frente a quien quisiera torcerle el rumbo. Por momentos, soberbia; por otros, piadosa.
JULIÁN: el mendigo que protegía Milagros, el muchacho al que quería llevar por el buen camino y a quien ayudó a escondidas de sus padres.
AURELIO CORREA VIALE: (padre de Milagros) Autoritario el militar, distante y egocéntrico. Incapaz de demostrar amor.
DOLORES CASARES DE CORREA VIALE: (madre de Milagros) Una mujer equivocada, que obedecía al marido por miedo y por obligación. No quería pleitos y disputas porque solamente le importaban las apariencias. En el fondo sufría, pero no lo demostraba. Muy religiosa.
BERNARDA: criada y niñera de Milagros. La persona con la que pasaba la mayor parte del tiempo porque la amaba como una hija y la cuidaba más que Dolores.
TIMOTEO Y TITO: (los cocheros de la casa) Dos hombres que presenciaban, a menudo, los reclamos más absurdos de los patrones y las ideas arbitrarias. Testigos silenciosos de los días turbulentos de don Aurelio y de su hija Milagros.
JUANA Y ARMANDO: (los
encargados-cuidadores-del establecimiento rural “Las Acacias”) donde habitaban
puesteros, labradores y hombres que se dedicaban a la labranza, amigos de la
niña Milagros.
PERSONAJES SECUNDARIOS DE FICCIÓN: Gloria (ama de llaves de los Guerrero), Ignacio Avellaneda (sobrino de Gloria), Anselmo Riglos y Margarita, su esposa (amigos de don Aurelio), Facundo ( hijo de Anselmo y de Margarita), Manuel Alsina (pretendiente), Leopoldo Alsina y Remedios de la Quintana (padres de Manuel), Domingo (peón), Rosario (panadera), Padre Lucas, Sor Teresa, Sor Elisa y Sor Josefina, Florencio Mansilla (desconocido), Enrique (hijo de Milagros), Thomás (nieto de Milagros).
martes, 2 de enero de 2024
Los siete dones. Ella eligió perdonar...
Bernarda se hallaba entre las matas del patio
tratando de podar un pequeño arbusto que le tapaba los alelíes. Había plantado,
por orden de doña Dolores, todo tipo de flores contra el muro para cubrirlo y
poder tener una vista colorida en primavera.
Milagros, apesadumbrada por la pelea con su
madre, se sentó en la galería con una taza en las manos y se puso a observar
los movimientos de Bernarda.
El día estaba gris. Milagros había pensado en
volver al campo, pero era muy pronto. La discusión con su madre frenaba un poco
el deseo de salir corriendo a buscar a Julián. Pensaba hacerlo por las calles
de Buenos Aires, frente a la casa de los Guerrero o frente a la iglesia. En
algún lugar debía estar nuevamente pidiendo limosnas, como un mendigo cansado
que no tenía porvenir, ni sueños.
La lluvia comenzó a caer, despacio,
melancólica, con el mismo ritmo y su olor a tierra, invadiendo los sentidos y
buscando donde dormirse para soñar despierta con lo imposible.
−¡Llueve, Bernarda! –le gritó.
−Bajo el laurel no me mojo.
−Eres porfiada. Deja eso para mañana.
Bernarda parecía un trasto viejo con el
delantal alborotado, y la pollera recogida en un nudo lateral para que no le
molestase mientras se ocupaba de las plantas de doña Dolores.
−Baja esa falda que si te ve mi madre te
abofeteará −comentó Milagros sonriendo.
−Niña Milagros usted siempre queriendo saber
más que nadie.
−La gente huye de mí porque soy muy
inteligente. Me tienen miedo.
−No lo dudo, niña. Recuerdo cuando me robaba
los libros.
−Hablando de robar… ¿Tú crees que Julián se
llevó el dinero que le dio mi madre?
−Claro, por supuesto.
−¡No! No razonas, Bernarda. Es inútil hablar contigo.
💛💛💛💛💛