3-HIPÓLITO, ESCRIBE…
Las
tropas francesas de Napoleón habían invadido España. Colocaron en el trono a
José Bonaparte y alojaron en un castillo de Francia a Fernando VII, monarca
reconocido por el pueblo español. Después de dos años de abnegada
resistencia, España, que había sido casi
totalmente ocupada, parecía vencida. Su gobierno, la Junta Central de Sevilla,
había caído. En Cádiz, única ciudad libre, se había instalado a principios de
1810 un Consejo de Regencia que pretendía gobernar sin fuerzas ni recursos, ni
derechos, sobre España y América. La hora de los patriotas había llegado.
…Cuando el día le pone una vincha rosa a
la alborada, el chasqui, como un fantasma, va saliendo de la noche. Galopa
hundiéndose en el desierto verde de la pampa o en la montaña enorme, bermeja.
Se cuelga de las cumbres con el azul de los cerros en hombros y cruza la llanada
con el incendio del sol en la cabeza…
Carlos Villafuerte
‒¿Cuántas
cartas llegaron ya? −dijo con gesto cansino la criada Tadea.
‒¡Calla!
‒respondió Dolores y su mirada de complicidad. Ella iba guardando todas las
misivas que traían los chasquis para Camila. Las ocultaba. En un primer momento
pensó en romperlas pero ahora se las llevaba al cuarto y se reía de los poemas
de amor que le enviaba a su hermana un tal Hipólito Sarratea, de un pueblo
llamado Arribeños. Dolores estaba
celosa. Doña Asunción no sabía nada y menos don Pedro.
‒¿Por
qué no cuentan así nos reímos todos juntos? ‒exclamó Camila quien venía bajando
las escaleras con una peineta española de carey en las manos. Iba a acompañar a
doña Asunción a la misa de las seis.
‒De
ti ‒respondió Dolores con un gesto divertido-. ¿Quién es un tal Hipólito
Sarratea?
‒¡Qué!
‒Vamos,
hermanita, escondes hombres por ahí. ¿Dónde los ocultas? ¿En el confesionario?
¿Acaso se trata del nuevo sacristán?
‒¡Deja
de burlarte! ‒respondió Camila con timidez‒. No lo voy a contar todavía, ya lo
sabrán en su momento.
‒Te
advierto que si estás enamorada, papá lo va a correr como hace con todos los
candidatos de nosotras que a él no le gustan.
‒¿Y
por qué a Celestino lo aceptó?
‒Porque
Consolación lo amenazó con escaparse con él una noche de luna llena cuando los
hombres lobo trepan las azoteas para violar a señoritas finas.
‒Yo
no tengo sentido del humor, déjame en paz.
Afuera, las estaba esperando Benito para
llevarlas a la iglesia.
En
la acera de enfrente y con el sombrero en la mano y una camisa con cuello palomita y pañuelo de seda, se acercaba
Asencio Ugarte que venía a hacer su visita médica habitual.
‒La
señora salió, fue a misa ‒le comunicó Tadea entrecerrando los ojos.
‒¡Qué lástima!
‒Ya
que está acá… ¿Por qué no le da una miradita a la abuela Blanca?
‒¿Abuela?
‒respondió desconcertado Ugarte que no sabía de su existencia.
‒Sí,
vive en una especie de desván del otro lado del patio. Es muy anciana y nadie
la va a ver. Sólo yo le doy algunas medicinas caseras.
La Revolución de Mayo
-1810-
Un placer leerte Luján, me gusta (Tu sillón vacío). Continuo leyendo (El silencioso grito de Manuela) Me gusta que se desarrolle en mi país. Gracias y cuídate.
ResponderEliminarUn abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por leer querida Conchi. Se desarrolla en tu país, pero no lo tomes tan en serio porque seguramente tendrá la novela algunas imperfecciones. He tratado de documentarme pero no es lo mismo que vivir allí. Hay que comprender que es una ficción. Besitos.
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